No hacía frío, se estaba bien allí fuera. Allí dentro. El cigarrillo se consumía entre mis dedos a sabe Dios cuántos metros de altura. Me iba tragando el humo despacio, con calma. No tenía prisa. Había encontrado un hueco entre dos comas, una pausa en el fluir de la conciencia, y había decidido quedarme. Al menos hasta que se me ocurriera qué sería lo siguiente en mi lista de cosas por hacer. Porque funciona así: un día, al siguiente, semanas, meses, años, vidas. Me alegré de haberme quedado allí, de pie, al menos durante ese pequeño paréntesis. Quizá fuera que el alcohol llevaba horas alojado de nuevo en mi organismo, arrastrándose tras mis ojos como un gusano luminoso. Qué sé yo. No podía evitar cabecear; el día había sido un ejercicio de spleen en toda regla. Habían desfilado, guardando un orden muy correcto –eso sí, como siempre- todas aquellas ideas que pod(r)ían preocuparme. Entristecerme, incluso. Qué asco.
Por primera vez en años me sentía realmente vulnerable. Despertaba sin saber distinguir qué había hecho, qué había dicho, si era real o lo había soñado. Sin saber separar correctamente el alcohol de los sentimientos, agitaba las manos entre la neblina de la víspera intentando colocar cada pieza en su hueco. Algo estaba haciendo aguas en algún recoveco, podía notarlo. Me arañaba las vísceras despacio, pero sin pausa. A ritmo de vals, ¾. Pulsando las teclas adecuadas para lograr que me retorciera, que me mordiera la lengua, que me bebiera a la vez el whisky y las palabras que nunca saldrán a la luz. Jamás, mientras me quede algo de orgullo en este cuerpo de cenizas. Pura autodisciplina. Pura mierda.
Después de haber perdido los papeles, la memoria y los únicos órganos que podrían mantenerme con vida no quedaba mucho más por hacer. Supongo que por eso estaba allí, esperando mientras fumaba en la ventana. Se me habían terminado todos los planes B de la creación. Fíjate, qué ridículo. Ni que no hubiera más letras. Sistemas alfabéticos, silábicos, logográficos. Pues al final nada de eso tenía validez. Por suerte para mi ánimo regurgitado, había encontrado el dichoso paréntesis escondido, leyendo entre líneas en el espacio-tiempo. Antes de volver a la realidad, me entretuve contando tejas. Después antenas. Después miré la luna y sonreí. Estaba tan borracha que le habría sonreído a cualquiera. Me entraron ganas de reír a carcajadas, echar la lengua a la gente que pasaba por la calle, insultar, escupir, vomitar, lanzarme por la ventana mientras reía sin parar. Estúpidos mortales. Sucia escoria. Igual que yo. Jamás me recogeríais entre vosotros; probablemente me lanzaríais a una trituradora de genios. Había una canción –oh, claro que la había-, y ahora recuerdo aquella frase… those drugs you've got won't make you feel better, o algo así. Bueno, supongo que es cierto, pero solo en parte. They won’t make you feel better, but they won’t make you feel worse as well. They just make you feel nothing. It’s so easy, isn’t it? ‘Cause at the end you always have to choose the most appropiate one. Do you prefer weight or lightness? You must decide it. I don’t care about your answer, it doesn’t matter to me. I’ve already made my own choice. So…
Así que, ¿qué? Pues poco más. Cuando escuché abrirse la puerta todas estas ideas se desvanecieron, o mejor dicho, se escondieron debajo de la cama para que yo pudiera poner el piloto automático tranquilamente. Y así fue. No recuerdo mucho más al respecto, solo estar muy cansada. Una tregua. El paréntesis se esfumó también, y yo me quedé de pie en la ventana, fumando. No hacía frío, se estaba bien allí fuera…
1 comentario:
¿La levedad o el peso?. Yo digo: Brindemos por ambas ò.ó.
Por cierto: "Estaba tan borracha que le habría sonreído a cualquiera." Maravilloso.
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