20101214

Inside out (I)

No llueve esta noche. Después de tardes terribles y mañanas peores, ha salido a tomar el aire (¿). El aire (?). No es tan fácil. Los requisitos del mundo son cada días más duros. Ha tenido que evitar las preguntas insidiosas, sortear amigos al otro lado de la calzada, borrar con cuidado las huellas de su colonia barata. Realmente no toma el aire; se bebe la libertad de las aceras, clavada con una chincheta sobre la frente de la calle. Desde que él dejó la maleta en su puerta, es difícil hacerlo sola. Me quedo. Me quedo contigo. Y me comeré tus muebles, tus libros, tu perro, tus carpetas llenas de dibujos, tu desorden, tus colillas, tu paz interior. Entonces -¿cómo?- la maleta apareció detrás de la puerta, luego al lado del sofá, y por último debajo de la cama, con las pelusas. Un día ella abrió el armario (su armario), y la maleta estaba ahí, bajo las perchas vacías. Como una nota de aviso, en tinta roja, en el armario (porque también se comió todos los posesivos, y ahora el lenguaje está cojo, manco y sordo; arañó esto y aquello hasta que solo les quedaron las manos).

A falta de un lugar mejor, recorre arriba y abajo las calles de siempre. El anonimato está hecho jirones, pegado a sus mejillas con cemento de rímel y lágrimas. No apurará el paso, no se molestará en correr. Simplemente gira en ese diminuto cosmos, una y otra vez, siendo consciente de que el aire se le acaba. Sabiendo que tendrá que saltar para tomar una bocanada fresca tarde o temprano.

Pero él (otro él, el él, el único que ha importado) saltó como un cuchillo que corta el aire, y se clavó allí, entre ocho millones de cuerpos sin alma. El fantasma de las noches en vela la ha despertado muchas veces, aullando su nombre atado por acordes de guitarra. Entonces piensa, rápido rápido rápido y está claro que ella tiene que hacer lo mismo tiene que correr a través del mar y saltar sobre esa cortina de polución morada para liberarse y conseguir lo mismo que él consiguió porque solo así podrá dejar de besar botellas rotas que noche a noche la van despedazando en trozos ausentes sin una esencia y apenas una existencia. Todo se reduce a jugar al circo, a ser el lanzador de ojos vendados que envía sus pullas contra una realidad que es activa hasta la náusea. Cortar y recortar, tijeras en mano, el sinuoso perfil de lo superficial, separar el cuerpo del alma, el tú del yo.

Porque después del correteo nocturno, todos y ella y él y el otro él ausente, buscan un lugar donde caerse muertos. Y las maletas no importan. ¡PUM!

(No sé si se ha desmayado o se ha pegado un tiro. ¿Hay algún médico en la sala?).