20110303

La niebla

-¿Te molesta el humo?

-No- me mira con sus ojos enormes-, no me molesta.

Momento de silencio. La miro de reojo. Contempla absorta la punta de sus zapatos. El charol refleja las luces de la calle como un charco de neón. Ahora se coge el borde del vestido y lo pliega, nerviosa. Mira a su alrededor, vuelve al vestido. Calle, vestido, gente, pliegues, coches, lazo. Se gira hacia mí y tira de mi abrigo. El cansancio le va tejiendo una telaraña de hastío en la frente; arruga la nariz y lo suelta de nuevo:

-Lorr, ¿cuándo volvemos a casa?

Ladeo la cabeza y le sonrío levemente; piensa que me estoy burlando de ella y arruga aún más la nariz. Luego baja la cabeza de golpe, enfurruñada. El gesto me recuerda a mí misma hace no tantos años.

-En cuanto Alice vuelva. No debe de faltarle mucho…- intento acariciarle la cabeza, pero rehúye mi mano. Está agotada. Normal. No sé en qué estaba pensando cuando decidió traerla consigo, al medio de ninguna parte.

Otro momento de silencio. Se revuelve y decide perdonar mi falta de respeto de hace dos minutos:

-Lorr, estoy cansada.

-Creía que no me volverías a hablar jamás.

-Es que estoy tan cansada que no me apetece seguir odiándote.

-Quizá otro día- ironizo.

Me mira con ojos opacos, intentando adivinar. Intentando saber. Creo que no es el día adecuado para marearla con juegos de palabras y dobles sentidos. La pobre se cae de sueño.

Termino el cigarrillo y lo tiro ante ella, para que lo pise. Es un pacto implícito entre ambas: yo fumo, ella remata el trabajo sucio. Somos un buen equipo.

-Eh, princesa, ven aquí. Voy a enseñarte algo.

La aúpo para que pueda ver la luna, que ya sale entre un banco de nubes. Sé que le encantan ese tipo de estampas. Si no estuviera tan cansada, la llevaría a pasear por el casco histórico. Le enseñaría las iglesias, las plazas, las callejas.

-Me gusta- mira la luna y sonríe. Apenas noto su peso en mis brazos.

-¿Comes bien últimamente? ¿Te falta algo?

-No, estoy bien. Ayer Alice preparó macarrones con queso. Estaban muy ricos.

-Me alegro, princesa –de nuevo, silencio. -¿Cómo se encuentra? ¿Ha mejorado?

-¿Mejorar? -ojos empañados que no entienden- No lo sé. Está triste. Llora todo el rato -después en voz baja, en mi oído-; yo también estoy un poco triste.

Las dos nos quedamos calladas. Ha apoyado su cabecita en mi hombro; su respiración se relaja. Busco algún sitio seco donde podamos sentarnos: un banco, un bordillo, el alféizar de un escaparate. Finalmente encuentro unas escaleras que no han quedado expuestas a la lluvia de hace unas horas. Ella se revuelve en mis brazos cuando me dejo caer. La verdad es que también estoy agotada. Ha sido un día de mierda. Lo del desayuno no tuvo nombre; me quedé con ganas de explicarle a Albert cuatro cosas bien claras. Después, el viaje; ahora Alice llega tarde.

-Lorr -su voz surge de las profundidades del sueño-, Lorr, préstame palabras. Palabras de las que tú sabes, de esas largas que brillan en la oscuridad.

-Oui, mademoiselle.

-¿Me das un cigarrillo?

Me río.

-Los niños no fuman, princesa. Espera a los catorce, como hice yo.

-Bah… solo me quedan… me quedan… -echa cuentas con los dedos- ¡Solo me quedan ocho años! Anda, porfa porfa porfa…

Le tiendo la cajetilla pensando en todas las posibilidades que tengo de ir a la cárcel. ¿Es delito dejarle fumar a una niña de seis años? Bueno, no soy responsable de su personita, al menos no ante la ley. Aunque podrían echarme el guante por corrupción de menores…

Nina no sabe encender el mechero. Lo cojo y le pido que haga pantalla con sus manos nerviosas, con sus dedos largos de pianista:

-Ahora tienes que darle una calada, para que se encienda bien.

-¿Una qué?

-Aspira. Chupa el aire, pero no babes el filtro. Que después es un asco.

De pequeña tenía un muñeco de Mickey Mouse que se ponía rojo si le apretabas la barriga. Nina me recuerda a él y suelto una carcajada mientras ella tose y tose y tose. Ya sabía yo que el experimento fracasaría estrepitosamente.

Me mira con los ojos llenos de lágrimas, con rencor:

-¡Pero si es un asco!

-Y además te mata a largo plazo.

-Pues no fumes- dice, furiosa; me quita el cigarrillo de las manos, lo arroja al suelo y lo pisa con violencia. Después me mira, infinita tristeza.

-Lorr, no quiero que te mueras. No… no quiero.

-Yo no me muero, princesa. No me muero.

Me abraza con fuerza, colgándose de mi cuello. Permanecemos así durante un rato largo, no sé cuánto. Supongo que ella ha tenido un día terrible también, quién sabe si peor que el mío.

De la iglesia de Santo Domingo resbalan nueve campanadas. Inmediatamente le replican otras nueve desde la de San Francisco. Hay poca gente en la plaza; hace frío y el cielo aún amenaza lluvia. Y Alice no llega. No llega nunca, jamás.

-Lorr –Nina se enjuaga los ojos-, Lorr, dijiste que me prestarías las palabras.

Allá va. Me concentro y la envuelvo con cuidado, con jirones de luz y pájaros que traen la primavera, con flores y agua cantarina, árboles y cuentos fabulosos. Así debería ser siempre, princesa, y me estremezco al pensar…

-Bueno –sus ojos empiezan a brillar; la chispa de comprensión-, bueno, creo que ya lo tengo.

Me debilita concederle mis palabras; me vuelvo por momentos como una sombra, una sábana tras la que se deslizan mi pulso y mis movimientos. Agitada al aire como una mueca deforme, un alto el fuego. Pero Nina las necesita, tiene que hablar. Aunque solo yo pueda escucharla. Alza la cabeza, mira alrededor y clava en mí sus pensamientos. La atraigo hacia mí hasta que mi cara queda hundida en su pelo claro. Y empieza.

-Hoy ha sido un día de mierda, cierto. Albert ha hecho eso otra vez, ya lo has visto. Me pregunto en qué piensa cuando dice todas esas tonterías. ¿Se las cree de verdad? Normalmente nadie le hace caso, pero Alice no tenía el día para aguantarse. Han discutido y ella ha dicho cosas terribles, como las que me dice a mí cuando se me olvida secar los platos o hacer los deberes. Solo que Albert-cabeza-hueca, en vez de callarse, ha alzado más y más la voz. Luego Alice se ha encerrado en el baño y ha sido la abuela la que me ha tenido que acompañar a coger el autobús del colegio. Creen que yo no entiendo, y es verdad –levanta la cabeza y me mira fijamente-, la mayoría de las veces no comprendo qué está pasando. Pero no soy tonta, Lorr. Ah, no. De tonta no tengo un pelo…

Sus palabras se pierden en la plaza, minúsculo hilo de luz en la inmensidad de la noche.

-Alice no va a venir, ¿verdad? –su voz suena extraña ahora. No parece ella.

-Es cierto que tarda, pero no creo que se haya olvidado de que su hija está aquí- bromeo, y la abrazo de nuevo. Me aparta bruscamente, en un gesto desesperado. Está pálida bajo las farolas, con los ojos hinchados y una mueca grotesca en la boca. Me he quedado de piedra, no sé qué decirle ni cómo reaccionar. Da dos pasos hacia atrás y de pronto rompe a llorar. Quiero consolarla y llevármela conmigo, pero hay una grieta que nos separa. La plaza desierta se torna amenazadora.

-¡No soy tonta, Lorr! No podéis engañarme más, no podéis retenerme. Alice no va a venir… No va a venir porque está muerta –solloza.- ¡Yo lo sé! ¡Hoy, en el baño! ¡Gritaba! ¡Muerta, muerta, muerta!- y cada palabra la desgarra un poco, nos desgarra a ambas. La distancia se hace mayor. Los edificios comienzan a derrumbarse y Nina chilla. Un alarido largo, en forma de serpiente, que se lanza hacia la luna estallando en una llamarada negra. Empiezo a deshacerme, y ella está sola, se queda sola otra vez.

-Nina, Nina –la llamo desde el otro lado del abismo que nos separa-, despierta, es solo una pesadilla… Solo una pesadilla… -y mi voz se pierde en el torrente de imágenes de su subconsciente.

1 comentario:

Durch dijo...

Me encanta. O_O