papel que se quema cruje
se despereza
blanco y tierra y color de la mañana
en silencio
arrastrando el cielo
gotas de olor a resaca y vino
sin rastro de piedad en la víspera
de todos nuestros santos caídos
pero el papel se quema y cae la ceniza
gris y negro y niebla tras la pared
-y la cabeza descansando sobre la guillotina
devota del engaño y la pérdida-
durante otras veinticuatro horas
amanecer y descomposición de la carne
Me estoy quedando sin recursos. Si Rubén Darío estuviese aquí, me daría una patada en la cara.
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