20110226

Manifiesto

Si tienes alguna preferencia sobre las condiciones meteorológicas, lárgate ahora que estás a tiempo. Aquí la climatología condena durante todo el año.

Esto tiene sus ventajas, claro. Puedo tomarme un café en cualquier momento y me sentará de puta madre. Incluso ahora que es tarde, y que no me importa quedarme despierta. Digo tarde porque para mí lleva siendo de noche desde las seis. Y eso que estamos en verano. Pero da lo mismo ¿verdad?, es la tónica general. Porque todos los veranos, todos los días de lluvia, todos los cafés en mi taza de los Beatles son iguales hasta la náusea. Como todo lo que ves cuando miras alrededor. Esa caja de zapatos con la calefacción siempre encendida en la que pretenden que nos abramos paso por la vida. Una colección de amantes entre páginas de mis libretas que crece exponencialmente solo con pensarlo. Gente que es tan monótona como la lluvia que cae y el café que me bebo. Que intentan conservar su individualismo pataleando contra el barro que se los traga.

Te envidiaría por lo que has logrado. Uso el condicional porque hoy me he dado cuenta de que poco importa en qué agujero queramos resguardarnos. La lluvia va calando hasta que nos quedamos solos. Y poco importa atrincherarte en ese fingido refugio que has escogido por su exclusividad, según tu perfecto proyecto mental; pronto te invade el cotorreo en japonés de la mesa de al lado. Podría delinear el plano de mi nido predilecto de memoria, como sé que seguramente tú llegaste a hacer en algún momento. Pero no ahora, porque grito y digo: es mi turno. Hoy solo quiero pelear por lo que es mío, erigirme en diosa en mi propio territorio y echarte de él a zarpazos. No quiero pensar que solo estoy defendiendo un miserable puñado de cánticos lastimeros y escupitajos errantes sobre el suelo de cualquier garito. Y me da igual cualquier excusa, o que sea lo único que te quede, lo único que nos queda a ambos para aferrarnos a una corriente que nos arrastra, una corriente formada por los despojos y las sombras de la civilización occidental a la que ignoramos y odiamos a tiempo parcial. No importa que a muchos kilómetros de mí, de mi lluvia, mi café y estas teclas que echan humo estés arrastrándote por una calle en la que todo parece ir a más revoluciones de las que mi mente puede procesar. Voy a soltarme de mi cordón umbilical, ese al que permanecí atada mientras tú no regresabas, mientras el mismo tiempo que me arrastra contra esa marabunta inhumana aleja de aquí todos esos dorados campos de fresas frente al mar.

Y es que todo ha ocurrido muy rápido, en un parpadeo. Por mucho que voltee de nuevo el reloj de arena sobre la playa, no volverás, no volverán aquellos días. Luminosos y extraños como una vieja melodía. Y me da asco ser tan lírica sin quererlo, porque de repente me encuentro evocando al pasado como… Yo que sé. Lo único que quiero esta noche, y la próxima, y todas las noches de mi vida es recordar por qué estoy aquí, lo mismo que tú, lo mismo que otros que habrá que sean capaces de brillar entre el asfalto. Basta de depositar confianza, de buscar el amor o cultivar amistades para toda la eternidad. Lo único en el mundo que merece la pena es escribir, latido a latido, y que en el papel pueda contar las veces que mi sangre ha ido y venido por mis dedos. Escupirle a él, triturarlo, machacarlo, besarlo, odiarlo hasta que se ahogue conmigo en mi propia devoción. Revolcarme por el suelo con él, en un abrazo más apasionado del que jamás merecerá nadie de carne y hueso. Extender la tinta como un borracho que alarga la huella húmeda del vaso sobre la barra. Las mismas impresiones, visto y no visto. ¿Tendría sentido algo más allá? Reniego de las largas frases que me marcan un rumbo, vomito sobre las palabras que pretenden abrirme los ojos. Lo que quiero es cerrarlos y ver impresas en mis párpados las únicas palabras que importan, y da igual lo grandes o importantes que sean, porque es allí donde estará lo que yo soy. Basta de jugar a buscarlas en las facultades, en las ratoneras con credo incluido en la tarifa, en las altas esferas. Abre los ojos, idiota, y llora: están debajo de mi taza de los Beatles, sobre las tejas, en ese lienzo sobre el caballete, en el fondo de aquella última cerveza, en un beso a hurtadillas, en la desnudez de todas las paredes de todos los rincones del mundo, llorando sobre la moqueta con sus grietas y sus manchas de humedad y sus recuerdos, porque ése es el gran secreto, idiota. Tu existencia, lo único de valor que todos poseemos, tu existencia asquerosa y rutinaria y vacía es la que te llena la boca de grandes palabras.

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A pesar de que lo escribí el verano pasado, es hoy cuando tiene que ver la luz. Probablemente la mejor mierda que he escupido jamás.

20110222

La última vela encendida

Si existía algo más allá de las paredes del sueño, él no quería saberlo. La habitación no era amplia ni pequeña. Ni fría ni húmeda. Ni confortable ni incómoda. Era, y ya era bastante.

Cuando se tumbaba en la cama veía ante él una pequeña reproducción de La iglesia de Auvers-sur-Oise, de Van Gogh; el cuadro siempre le animaba a pintar. El problema estaba en que la sola idea de pintar le hacía estremecerse, con una especie de tristeza patológica asociada probablemente a un trauma. Los pinceles le hacían temblar las pestañas, le provocaban urticaria asociada a un subtipo de afasia de Broca. Y eso no lo dejaba siquiera abrir el cuaderno o sacar un lienzo de detrás del armario.

Ningún loquero le habría recibido jamás en su consulta. Tras la etapa de los Tres Colores ya no le calmaba la medicación, pero tampoco su ausencia. Detestaba a las instituciones psiquiátricas y todo lo que tenía que ver con ellas. Frecuentemente usaba tests de Rorschach para limpiarse la boca tras el almuerzo, y llevaba un reloj de pulsera con la cara de Freud estampada. Por lo demás, había decidido no seguir sus indicaciones ni sus ejercicios. Para qué molestarse. Los espasmos y los colores asociados a los cuadros que colgaban de las paredes no venían ya a cuento de nada.

Su casa era grande, cierto, pero aquello tampoco suponía una ventaja. Solo un montón de espacio que llenar de trastos inútiles. Había quince escalones; el segundo por arriba crujía, el segundo por abajo también. Una ristra de mariposas se balanceaban sobre el pasamanos cuando pasaba el viento del norte. Un corifeo de flores respondía desde la otra pared cuando Medea se contoneaba al salir el sol. Helios adormecido en jirones sobre los peldaños, arrojando fantasías de luz y sombras. Arriba, en las buhardillas, sus habitantes bebían en copas de azúcar escarchado mientras jugaban a las damas. Las gaviotas formaban un cenáculo en el que discutían las últimas novedades sobre el canon literario occidental. Los bichos creaban en los rincones, con tanto talento como Rodin en su pulgar izquierdo. Un gato tocaba el violonchelo de una manera trágica mientras una familia de ratones correteaba Debussy sobre las teclas de un piano polvoriento. Contra la pared se apilaba un sinnúmero de chatarra de todo tipo: paragüeros de hojalata, estanterías de cincuenta metros de altura, un mascarón de proa, acuarios de luces verdosas, bombillas rojas, sillas Luís XV devoradas por el moho, lámparas modernistas, rollos enteros de papel pintado, colecciones de minerales, de sellos, de monedas, un pequeño zorro disecado de dientes afilados, un tapiz roñoso con dos pavos reales en cariñosa actitud, pilas de álbumes fotográficos, un viejo proyector de 16 mm, una gramola, cajas y cajas y cajas llenas de libros y recuerdos y nostálgica humedad. Al fondo del pasillo vivía recluida Emily Dickinson; cuando llovía se la podía oír bailando y cantando, con un arrastrar de pies monótono sobre las baldosas miserables:

I’m Nobody! Who are you?

Are you –Nobody- too?

Then there’s a pair of us!

Don’t tell! They’d banish us –you know!


How dreary –to be- Somebody!

How public –like a Frog-

To tell your name –the livelong June-

To an admiring Bog!

Y mientras tanto, él seguía llorando cada vez que pensaba en pintar. Arañaba la puerta con aire lastimero, al son del corretear de mil patas invisibles que habitaban el piso. El martes todos afinaban sus instrumentos, y él sacaba el clarinete y desgranaba, poco a poco, un jazz muy triste que reptaba entre los cimientos de la casona y la hacía temblar de frío. Los pinceles, las espátulas, los lienzos, las barras rotas y machacadas de pastel, el carboncillo partido en mil pedazos diminutos, los difuminos de punta desviada, los tubos de acrílico y óleo anoréxicos, sin nada nuevo que cantar, que ofrecer a este mundo carnavalesco. La polifonía árida que se levantaba entonces en el cuarto retumbaba por las escaleras abajo, resucitando a Wagner con un sonido tétrico, galope de las Furias hacia la calle. Pero él sollozaba, se tiraba del pelo, se retorcía en el suelo en medio de espasmos, facciones de máscara deshechas en fragmentos de vidrio. Entonces la casa entera interpretaba una marcha fúnebre y solemne, llevando como estandarte de orgullo y honor herido el pathos griego, esperando una peripecia (o al menos una triste y exigua metabolé) que ciñera los hechos a la existencia, que trajera nuevos aires, que alejara los fantasmas a lomos del céfiro. Aunque nunca nada de eso ocurría.

Finalmente sólo quedaban él y la reproducción de La iglesia de Auvers-sur-Oise. No existía nada fuera de ese vínculo, que se retroalimentaba con afán renovado, ilusiones sórdidas de quien se sabe condenado y pese a todo disfruta del atardecer. La habitación -ni amplia ni pequeña, ni fría ni húmeda, ni confortable ni incómoda- acababa reducida a ese círculo inquebrantable. Ruptura interna, lenta y patológica, de quien no se encuentra a sí mismo. No sé qué nombre ha recibido por parte de la neuropsicología moderna, pero todo parece indicar que el sujeto padece terribles dolores asociados al síndrome de La Última Vela Encendida.

No llores, Fígaro. Helios se ha caído. El viento del norte apagó la llama en la oscuridad de la escalera.

20110219

Pausa

No hacía frío, se estaba bien allí fuera. Allí dentro. El cigarrillo se consumía entre mis dedos a sabe Dios cuántos metros de altura. Me iba tragando el humo despacio, con calma. No tenía prisa. Había encontrado un hueco entre dos comas, una pausa en el fluir de la conciencia, y había decidido quedarme. Al menos hasta que se me ocurriera qué sería lo siguiente en mi lista de cosas por hacer. Porque funciona así: un día, al siguiente, semanas, meses, años, vidas. Me alegré de haberme quedado allí, de pie, al menos durante ese pequeño paréntesis. Quizá fuera que el alcohol llevaba horas alojado de nuevo en mi organismo, arrastrándose tras mis ojos como un gusano luminoso. Qué sé yo. No podía evitar cabecear; el día había sido un ejercicio de spleen en toda regla. Habían desfilado, guardando un orden muy correcto –eso sí, como siempre- todas aquellas ideas que pod(r)ían preocuparme. Entristecerme, incluso. Qué asco.

Por primera vez en años me sentía realmente vulnerable. Despertaba sin saber distinguir qué había hecho, qué había dicho, si era real o lo había soñado. Sin saber separar correctamente el alcohol de los sentimientos, agitaba las manos entre la neblina de la víspera intentando colocar cada pieza en su hueco. Algo estaba haciendo aguas en algún recoveco, podía notarlo. Me arañaba las vísceras despacio, pero sin pausa. A ritmo de vals, ¾. Pulsando las teclas adecuadas para lograr que me retorciera, que me mordiera la lengua, que me bebiera a la vez el whisky y las palabras que nunca saldrán a la luz. Jamás, mientras me quede algo de orgullo en este cuerpo de cenizas. Pura autodisciplina. Pura mierda.

Después de haber perdido los papeles, la memoria y los únicos órganos que podrían mantenerme con vida no quedaba mucho más por hacer. Supongo que por eso estaba allí, esperando mientras fumaba en la ventana. Se me habían terminado todos los planes B de la creación. Fíjate, qué ridículo. Ni que no hubiera más letras. Sistemas alfabéticos, silábicos, logográficos. Pues al final nada de eso tenía validez. Por suerte para mi ánimo regurgitado, había encontrado el dichoso paréntesis escondido, leyendo entre líneas en el espacio-tiempo. Antes de volver a la realidad, me entretuve contando tejas. Después antenas. Después miré la luna y sonreí. Estaba tan borracha que le habría sonreído a cualquiera. Me entraron ganas de reír a carcajadas, echar la lengua a la gente que pasaba por la calle, insultar, escupir, vomitar, lanzarme por la ventana mientras reía sin parar. Estúpidos mortales. Sucia escoria. Igual que yo. Jamás me recogeríais entre vosotros; probablemente me lanzaríais a una trituradora de genios. Había una canción –oh, claro que la había-, y ahora recuerdo aquella frase… those drugs you've got won't make you feel better, o algo así. Bueno, supongo que es cierto, pero solo en parte. They won’t make you feel better, but they won’t make you feel worse as well. They just make you feel nothing. It’s so easy, isn’t it? ‘Cause at the end you always have to choose the most appropiate one. Do you prefer weight or lightness? You must decide it. I don’t care about your answer, it doesn’t matter to me. I’ve already made my own choice. So…

Así que, ¿qué? Pues poco más. Cuando escuché abrirse la puerta todas estas ideas se desvanecieron, o mejor dicho, se escondieron debajo de la cama para que yo pudiera poner el piloto automático tranquilamente. Y así fue. No recuerdo mucho más al respecto, solo estar muy cansada. Una tregua. El paréntesis se esfumó también, y yo me quedé de pie en la ventana, fumando. No hacía frío, se estaba bien allí fuera…

20110217

Moi, je suis...

¿Por qué? ¿Y por qué no?
Humo, espejos, lana,
silencio.
Una estancia vacía de sueños, llena
de recuerdos.
El mar, el mar.
Reloj de arena, armonía
cromática pegada al cielo.
Café y cigarrillos. Estupidez ignífuga
prendida como una llama
ante un delicioso pelele
alcohólico.
Pasillos sin fin entre dos luces
vida - plagada de ausencias.
Ya por último, lluvia y olor
a tierra húmeda, repetición
nauseabunda y
un piano tartamudo a la sombra
de mis manos.
Ésta soy.
Fígaro.

20110212

Asleep

Hay un pasillo largo, muy largo y oscuro. El piso es viejo y huele a polvo y humedad. El parqué sobre el que nos movemos está gastado y sucio. Te sigo en silencio; llevas ese abrigo negro de grandes botones dorados. Es todo lo que veo, el abrigo y la penumbra del corredor.
Giramos a la izquierda. Parece que nadie ha usado esa habitación en años. Sacas una bolsa y recoges los libros de la estantería, uno por uno, los depositas con suavidad sin que el plástico cruja siquiera. No sé exactamente qué hago aquí, ni sé cómo ayudarte. Apenas puedo distinguir los rasgos de tu perfil. Ahí están las gafas negras y el pelo sobre los ojos, la forma tan característica de la nariz y los labios. No sé si puedes verme como yo te veo. Cuando todos los libros están en la bolsa, sales de la habitación. Yo te sigo.
Cruzamos el pasillo hasta que al final, a la derecha, veo como se cuela un brillo mortecino. Entramos en el salón sin decir palabra. Algunos muebles están tapados por sábanas, otros simplemente aparecen como restos de un naufragio en el tiempo. Tú sigues avanzando, te pierdes en el inmenso salón como entre un banco de niebla. Te vas sin que me dé tiempo a despedirme. Pero estoy bien aquí, en medio de la estancia, viendo al polvo trazar figuras extraordinarias en cada rayo de luz filtrado a través de las cortinas. Los libros, los muebles, la nostalgia infinita; tú te has marchado, ya no oigo los pasos resonar en la madera. No importa. Estoy tranquila, muy tranquila, porque esta estancia soy yo.
Y es entonces cuando suena el despertador.

20110205

Fígaro II

No entiendo

Ni quiero

Ni sé por qué –de repente

¡ah! El ser humano.

Tras el fuego siempre aparece,

siempre está. No entiendo.


Combustión espontánea

de las malas compañías.


Ahora no hay vasos, no hay humo.

Queda un alma, desnuda y fría.

Yo –manos de lana-

No entiendo

Ni quiero

Y por eso me voy.

20110201

Bright eyes

No puede ser que haya aprobado el JODIDO examen. Bajo levitando en alas de la euforia más salvaje. Después de 24 horas hasta las cejas de café, mi cerebro chilla de excitación ante lo que se viene encima. Corre vuela no importa tienes un futuro en forma de 6 magnífico antes las narices. No puedo dejar de mover las piernas, qué más da la dirección? Al final llegamos al mismo tiempo, qué fácil de reconocer: guantes de cebra y esos cascos. Bailo a su alrededor y le digo “apláudeme, porque soy un genio” y se ríe un montón y bailamos por el camino de puro frenetismo ¡MÁS CAFÉ! mi biografía autorizada y un siglo de las Luces que se comió las Vanguardias. Joder, estoy en una nube, quiero la cafeína en vena. Golpeo la mesa y pataleo; están a punto de saltárseme las lágrimas. ¡Ah, amado, adorado! ¡Café delicioso! El café de la tierra del Sol y el humo, y suena algo –no sé qué- pero es tan genial y escandaloso como este par de gallinas chaladas que cotorrean ante la mesa y señalan un punto –tan lejos que jamás podrían recorrer el camino. Pero el caso es que esto no es ficción, es un escupitajo que cayó al suelo y no en nuestras caras, y volvemos a bailar mientras nos vamos. Corre! Semáforo en verde! Y un montón de pasos acelerados que resuenan como un tambor, esquivando a la gente en un soplo de genialidad drogadicta y a por la croqueta! Y vamos y volvemos y giramos delante del portal; un grupo de tíos se vuelven al vernos pasar, de la mano y show me show me show me how you do that trick. ¡Pues jódete! Ya no se fabrican botas como las de antes, claro, claro, mira qué asco de cordones -¡otra vuelta!- y sigue girando, no pares de girar, no pares no pares no pares noparesnoparesnoparesnopares…

Ayyy, la Eneida en sus brazos, lúbrico objeto de deseo y un montón de troyanos. Podría hacer el pino con la lengua y recorrer la costa euroasiática en media hora, y más café en casa y de repente JODER ese examen que no he preparado corre corre corre corre hijadeputa dónde están mis apuntes? Todorov narratología del discurso múthos actitud pragmática ni carne ni pescado ni membrillo en conserva me los como todos. Otro café y al examen, correcorrecorre y de repente Godot y Oliveira y la hermana de Shakespeare me guiñan el ojo desde el folio, esto está tirado. C’est fini!

Esto no es más que una diminuta muestra de la enajenación mental de la que es presa mi cerebro desde el domingo por la noche. Pero el caso es que, joder, creo tengo un problema de adicción a la cafeína. Lo voy a celebrar preparándome un cortado…


EDIT:

"There's no Buddha

because

There's no me"

Jack Kerouac, Book of Haikus.