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20120305

Felicidad de metrosidero

Esta presencia anónima, como en suspenso.
Y esta felicidad también colgante,
ausente -inconclusa.

En mi carne llevo engarzado -liquen y agua-
un metrosidero galante
que ha echado al viento sus raíces
de las que cuelgan mis pecados.

(Y esa presencia anónima, como en suspenso.
Y esa felicidad también colgante,
ausente -inconclusa).

Hoy tengo el ánimo anfibio y me dedico
a mezclar botánica, moral y literatura.

20120117

Dandelion

Ssh, silence -stone cold world outside the bed.
Hush, hush, don't say that...

(Sheets and blankets, naked skin,
a stroke straight to my
dandelion eyes.

Look at them, they're coming off
-their shadows are leaving
over a beam-
Look at them...)

Look at me, I'm floating up.

Stone cold world outside the bed,
ssh, hush, let's stay here, just for a while...



PD: Lo que no consigo con el castellano, lo que me suena cursi o pesado (pero pesado: 'denso') o carente de ritmo y melodía... lo consigo con el inglés. Puedo decir que esto es exactamente lo que estaba buscando.

20111130

La risa tonta

Tiempo se estrelló
en un charco
-medio noviembre, frío febril-
Miraba alrededor sin saber cómo escapar.

Lo recogí y le di calor.
Te dije "Vamos a guardarlo
donde no lo puedan encontrar".

20110911

5:32 a.m.

Otros – mucho

antes que yo

lo predijeron: la existencia

de la carne (podrida) y

el alma (cristal vacío).


Yo no me atreví ni a respirar.

La tormenta pasa arrastrándose, exangüe;

empaña con su aliento húmedo

el latón viejo del cielo

-llamas y ceniza bailando en su reflejo-

El cielo viejo, sí, rojo, muerto

que se come al Sol y después arde.


No me moví. Mis manos, siempre

en silencio, se llenaron de sangre.

No lloraré. Pero esa sangre

era mía.

Por resistir os entregué hasta mi levedad.

Quién sabe qué venenos me habitan

ahora, saco de huesos

y humores podridos.


En realidad,

lo único que me queda por ofrecer

es, además del etanol

- lengua fría de la medianoche-,

mi propia vida.


Qué insignificante.


20110902

Por un momento me había planteado registrar una nueva fase en las vidas de la D-Generación, protagonistas de La leyenda de la duermevela. Material hay de sobra. Pero ahora mismo estoy demasiado distanciada de la realidad para hacerlo como yo quiero.
Dice otro de los miembros de dicha generación que escribirá cuando las heridas cierren. Yo lo haré solo cuando estén tan abiertas que no pueda distinguir sangre y letras. Por mantenerme fiel al espíritu original, ya saben.

20110802

A ti, pequeño hermano


Hoy es el día de la ceniza

y de la pérdida

El adiós de la última mirada, que arde aún

a la espera

Dejará que la luz se marche

La sombra lo cubrirá despacio, en un silencio

largo y blanco, interminable: primero vendrá

el letargo, luego la tierra, luego

el vacío sordo.


Dormirá bajo el árbol más querido.


20110718

He decidido poner punto y final a mi crisis creativa de los últimos meses. Como siempre, el Macondo me ha mimado con su café y su paz privada, y me ha hecho fuerte.
No hay ninguna crisis. Solo era yo asustada de que las cosas no salieran tan bien como esperaba. De perder por el camino el Nobel y el Pulitzer, y a saber qué más. De no ser una Rimbaud, una Kerouac o una Hemingway.
He revisado cuidadosamente las últimas cosas que he escrito, y me he dado cuenta de que no me gustan. No sé en qué momento he perdido la cabeza, pero ésa no es mi voz. No me reconozco. Por eso mismo, este blog queda temporalmente clausurado. Hasta que tenga algo mejor que ofrecer, y no la primera gilipollez que se me ocurra.
Lo único que tengo claro es que voy a seguir escribiendo, por supuesto. Y que éste es el año en el que arranca la leyenda de la Duermevela.

20110717

Sin apenas haberme dado cuenta
he llevado a cabo una sublimación de la tristeza,
de la nostalgia y de la ausencia.

Como siempre, las reconozco por su olor; y cada una
posee su propia imagen, su tacto áspero y desesperado
-su sonido desmayado y dócil, de mirada perdida-.

(La lavanda, por ejemplo, significa un poco más
de pena; significa lengua de barro,
despertar sin nociones de espacio o tiempo)

Significa una derrota, y que la música pueda atravesar libremente mi cuerpo
con su belleza fría, helada
-muerta-

Esperé sin saber por qué,
o a quién. Al final, vino a mi lado
sin mirarme. Me atravesó.

Se desplomó el año, se rasgó el cielo; pasó apenas un segundo. Parecía hermosa,
conmigo, la mirada pálida, lánguida. No sonríe.
Yo tampoco.

La Tristeza sublimada y yo, ausentes, esperando;
mitad sin valor y mitad sombras de agua en el suelo.
Y la puerta cerrada.


20110711

De cómo desperté a la Belleza

¿Cómo explico que he entendido la belleza? ¿Cómo me lo puedo explicar a mí misma?
La belleza que está ahí para ser objeto de disfrute.
Por supuesto, no es una explicación causal, no echa raíces en ningún pensamiento lógico.
Abrí los ojos y la vi. La comprendí. Eso es todo. No quiero achacarlo al estado de mi cuerpo producto de algunas sustancias, porque no sería cierto.
Estaba tumbada boca arriba, fumando, mirando cómo las nubes se movían sobre las copas de los pinos. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí una paz que me transportó directamente a la infancia. Una tranquilidad que no puedo explicar sin recurrir directamente a la pureza de la niñez.
Y en la playa al atardecer, con el sol desplomándose en medio de la bruma costera, la belleza me perforó hasta dejarme medio muerta en la arena. Me alimenté de cada color y cada sonido, y me recogí en un trance de sensaciones durante cinco días.
Ahora, mientras el pelo todavía me huele a lavanda y a la frescura de la última de mis mañanas, me recreo en la belleza. Me siento parte de ella.
No es como uno de esos días en los que te levantas y te ves guapa en el espejo. A mí eso no me pasa.
En cambio, hay días como hoy en los que siento que llevo el pecho abierto de par en par, y voy por ahí perdiendo música y agua y pájaros que me salen volando de las entrañas. Voy por ahí soltando rayos de sol al amanecer, y playas de interminable agua fría y costas verdes. Llevo un cristal que refleja todos los colores, incluso los que no percibo a simple vista. Pero noto el calor y el peso en mi interior, y me reconforta.
Me siento un poco ignorante por no haber sabido entender todo lo que no descansa sobre el intelecto hasta ahora. Por haber recurrido siempre a la razón para tranquilizarme y darme fuerzas.
Finalmente, he conseguido cerrar las puertas de la percepción y abrir las del corazón. Estas palabras son solo los restos que han quedado atrás, mientras el aire nuevo del verano barría las telarañas.

20110704

It's time to make a deal

Desde que escribir me da dolor de espalda, esto ya no es lo mismo. Hoy yo venía a hablarles de cómo me encontré con el viejo Philo, y de cómo nos pusimos al día frente a un par de cervezas. De cómo se despidió de mí con una reverencia desde la puerta, y de cómo eso hizo que, de repente, recordara su viejo sombrero negro, ése que me gustaba robarle de cuando en cuando. Y luego, supongo que luego iba yo a hablarles a ustedes sobre mis pensamientos, y sobre mis reflexiones, y quizá compartir con ustedes un poco de poesía de frasco, algo como: Corazón de insecto / llamadas lanzadas al aire y / un poco de humo de segunda mano. Saben, antes escribir haikus era algo que me alegraba el día. Ahora me parece ridículo. Como Kerouac. Como el viejo Philo, que escribe tan mal que dan ganas de llorar; el viejo Philo, admirador de William Blake.
Aunque quizá no sea un movimiento demasiado ortodoxo, este orden mundial ya no me gusta. Permítanme ustedes el descaro de fusilarlo y desangrarlo. Todavía no sé por qué sustituir lo viejo y lo corrupto, lo gastado y lo indefinidamente infeliz. Pero denme tiempo, se lo ruego. Soy hábil resucitando palabrería fina. Puedo tejerles hermosas historias inmaculadas y escupirles un poco de cianuro en los tímpanos. Palabra de poeta -de las que no valen nada, ni siquiera el peso de una pluma sobre un charco de barro. Pero palabra al fin y al cabo. Saben, eso no tiene ninguna importancia ahora. No entraré a discutir asuntos acerca de la misión del poeta-liberador, o la atracción de los maudites ni nada de eso. ¿Que por qué? Pues porque, ¿saben ustedes?, en realidad yo no soy poeta.
Será lo primero que cambie en mi nuevo orden mundial. Que los cerdos se coman mi corona de laurel. ¡Yo no quiero ser poeta nunca más! Destriparé mi obra y la echaré a volar, con un ojo de fuego que la vigile y una lengua de plata que la acompañe. Después, seguiré deshaciéndome del viejo orden mundial por la ventana, sin un plan previo, probablemente con la misma vehemencia con la que un loco borracho toma una decisión. Pero no ocurrirá nada malo, porque será mi nuevo orden mundial. Los ceniceros caerán, y las colillas se desparramarán sobre las cabezas allá abajo como una plaga cetrina:
Fuera los cristales rotos a la víspera
y los trajes de gala,
la supervivencia convertida en otro ingenioso
juego de palabras y
el fuego de Prometeo
consumiéndose
en una vela arrugada.
¿Lo ven? Nadie se lamenta, nadie ha salido herido. Mi nuevo orden mundial rechaza la existencia del hombre como espíritu elevado y creador. La creatividad, señores, es basura. Sus trucos y giros lingüísticos no merecen mi aplauso, en absoluto. Si todavía se creen un poco intelectuales -¡por poco que sea!-, abandonen la sala en silencio antes de que mi nuevo orden mundial los arroje también a ustedes por la ventana.
A fin de cuentas, no estaría mal ser una golondrina, una golondrina, y andar por ahí volando y volando...

20110629

Roundabout

I guess I used to spend my lifetime drawing lines
straight
alive
breathless
-in a roundabout way-
across the dusty, tired ground.
I guess I used to understand
while going around in my own personal roundabout.
T'was all. T'was mine. I didn't need empty bottles or
everlasting nights.
Then I dreamed about a snake that bit me. It hurt. But I healed myself in silence
just turning.
I felt sick, fair lights around me
thinking about that last day on the sand, drunk
thoughts -my own personal roundabout;
full of colours, shades, old-fashioned tunes, looking glasses. Reflections
as sharp as nails going across the waste land.
T'was all. T'was mine. My own personal beautiful
mess.
I threw you away, Last Chance. Fuck off. Go away.
Leave me alone, all of you. I've never needed anything more than
my own personal roundabout.

20110627

Por amor al arte

Por amor al arte tengo que plastificarte
-créeme, lo lamento profundamente-
pero consuélate sabiendo que es todo parte
de un complicado proceso existencialista
para demostrar(me) ausencia y falta de tacto.
Pero antes, ¡fuera lo viejo y lo corrupto! Adiós
a las impresiones de luz sobre tu pelo desordenado;
que desaparezcan nuestras decrépitas virtudes
temblando de frío y olvido, de arena y de cenizas
y de todo lo que ha sido hecho para desvanecerse.
Y ahora, antes de irme –lo siento de veras- debo plastificarte.
Recuerda que es un favor que te hago, y que es todo alma y corazón,
y sangre; acuérdate de que hacemos esto por amor,
por amor al arte.

20110620

Voilà!

¡He tenido una idea! ¡Tengo una jodida idea!
Es mía, canto y bailo: mía, mía, mía.
Os lo escribo en verso porque estoy contenta
y porque así es todo más artístico
y porque no conozco ningún motivo que
no me permita expresar mi alegría en el noble arte de Homero.
(Estoy contenta y soy pedante, ¿qué más se le puede pedir
a la vida?)
Ahora volveré un rato a Víctor Hugo, y después a mi café
y luego pienso abrir la libreta, estirar con cuidado
cada hoja, cada esquina doblada
y entonces desvirgaré a mi idea, y me
la follaré tan fuerte que la partiré en dos.
Cuando termine, recogeré los pedazos y me los comeré, o
me los colgaré de la cabeza para que todo el mundo la vea.
¡Mía, mía, mía!
Y me alejaré cantando y bailando calle abajo, mientras
el sol se pone y yo le escupo a la cara, y le acierto
sólo porque hoy he tenido una idea.

20110616

Goddammit!

-¿Crisis, qué crisis?

Me dediqué a revolver frenéticamente el café, disolviendo con cuidado los pedazos de azucarillo que se desprendían. Maga me observaba desde lo alto de sus gafas negras:

-No sé por qué montas ese escándalo. Estamos en crisis y esto es un concilio.

-Venga ya, no hemos tenido una crisis en años. La edad te vuelve paranoica.

-No me digas… -murmuró, contrariada. Cogió su bolso del suelo y sacó algo que no pude ver; algo que golpeó la mesa haciendo un ruido de mil demonios. Mi taza saltó de su plato, desbordándose. El camarero tras la barra nos echó una mirada fulminante.

-Bueno, tranquilízate, ¿quieres? –le susurré bajando la cabeza.

Después me di cuenta de qué era lo que había arrojado en la mesa.

-Joder –exclamé-, tenías razón, estamos en crisis.

Era la libreta verde.

-Y bien –añadí tras un rato de silencio-, ¿qué pasa esta vez?

-Nos hemos quedado sin tema –fue toda su respuesta.

Me reí, nervioso:

-Maga, sabes que eso es imposible. Quiero decir, hay como mil millones de cosas de las que hablar. La gente nunca se queda sin cosas de las que hablar. Otra cosa es que no sepan cómo contarlas…

Pero ella no me contestó nada. Seguí adelante, más envalentonado:

-Tenemos el pasado. Tenemos el presente. Tenemos la ficción, y tenemos una combinación de los tres. Creo que lo estás magnificando.

-H. –Maga se revolvió en la silla y comenzó a jugar con su servilleta-, somos incapaces de prolongar una conversación que mantenga un mínimo de sentido. Apenas están formadas por frases telegráficas. No existe un contenido profundo en lo que decimos; no hay metafísica, no hay algo sugerido tras la denotación. A esto súmale varios años de retraso en la Obra Magna, y veremos.

No le dije nada, pero noté cierto escalofrío en el cuello. De los que preceden a la aceptación de una verdad muy grande y muy fea, vaya. Aún así, hice mi último intento:

-Todavía tenemos a Fígaro –Maga rehuyó mis ojos-. Todavía tenemos a Fígaro, ¿no? -insistí.

Maga se ajustó las gafas sobre la nariz y miró fuera, por la ventana.

-No tenemos una puta mierda.

20110609

El pez dorado, genio y figura

A Lady Laula Pianocat, con todos mis muchos y variopintos afectos


El gran pez de oro y yo, frente a frente.

Contemplación casual, pero vívida. El pez

es un ejemplar hermoso, que toca el piano

mientras me observa atentamente

con sus brillos cóncavos rodeándolo como un manto,

una corona de rocío, una alfombra de algas pálidas

en la sala de música.

¡Qué pez tan singular! Es digno de admiración;

cada ser humano debería rendirle tributo.

Agita noblemente sus escamas sobre el terciopelo del escabel

cuando pulsa las teclas. Yo no puedo menos

que sorprenderme y exclamar: ¡qué pez! ¡Qué pez!

Pocos peces hay que toquen el piano; en cambio, este hermoso

ejemplar dorado es un gran intérprete.

Euterpe ha debido de ceñirle en sueños los divinos jirones

de la locura. Este pescado, señores, es un genio.

Lo serviré en una gran fuente de plata, con guarnición de patatas

y un chorro de limón, y otro de aceite:

perpetuaré al genio para siempre, en mi estómago.



PD: todo esto, realmente, viene a cuento de Claude Debussy y sus trabajos para piano.

20110604

De otras ficciones humanas

La intimidad nos cogió completamente desprevenidos. Nadie más que ella estaba allí cuando llegué; unos llegaban tarde, otros no llegarían jamás. Acepté su presencia con una sonrisa muy amable, no fuera a ser que viera como se me erizaban los nervios en la nuca. Menudo panorama.

Echamos a andar sin una idea exacta sobre nuestro destino. Sugirió vagamente varias opciones, entre las que una destartalada tetería en la zona vieja de la ciudad me pareció la más agradable. Aunque no hacía frío, el día se sentía plomizo y perezoso, con un arrastrar de nubes sobre los tejados y el viento levantándose de cuando en cuando. La verdad, estaba más ocupado pensando en la climatología y el aspecto de la ciudad que en nuestro educado intercambio de banalidades y preguntas frecuentes. No parecía que fuera a llover, pero a veces el tiempo da esas sorpresas. Caminábamos por el borde de la playa, y yo observaba cómo el mar apagado apenas recibía luz para lanzar destellos. El atardecer pasaría sin pena ni gloria; cuando el sol no brilla con fuerza, los colores están tan mezclados que ninguno destaca. Lo cierto es que el panorama se perfilaba tan poco interesante como otras veces: algún claro súbito aquí o allá, el mar grisáceo y sin aliento, esa gaviota que siempre cruza el fondo de la postal.

La charla ligera, de la que no recuerdo absolutamente nada destacable, nos depositó a la entrada del local. Había estado otras veces, con Maga, pero no iba allí con frecuencia. Apenas había un par de personas, ambas sentadas en la barra. Atravesamos el piso de abajo y subimos las escaleras del altillo. Me gustaba mucho ese condenado altillo; los sofás eran requeteviejos, con el aspecto de haber sido rescatados del naufragio de algún contenedor. También había sillas blancas y desastradas, con desconchados en el barniz; una mesita de mimbre con revistas apiladas y huellas de café seco y pegajoso, otra mesa, más alta, debajo de la que dormitaba normalmente un enorme perro labrador, lámparas de pie, carteles de películas antiguas y una ventana que daba a un callejón en el que nunca ocurría nada interesante. Yo me senté en el sofá, y ella se sentó en una silla. Nos quedamos mudos de repente. Parecía un poco incómoda: se revolvió en el asiento, sacó el móvil y miró la hora, se rascó la nariz, se arregló el pelo, se colocó las pulseras, se alisó la falda de fruncido inalterable. A mí todo eso me divertía un poco, secretamente. Encontraba gracioso ser la causa de su incomodidad, y en el fondo deseaba incordiarla todavía más. Entonces llegó la camarera, y el ambiente tragó una bocanada de aire fresco.

-Café. Solo. Con un terrón de azúcar.

-Un té de canela, por favor –fantástica sonrisa de “soy-la-reina-de-las-relaciones-públicas”-. Con dos terrones.

Pero la máscara de divinidad enseguida perdió fuelle, y se encontró de nuevo un poco perdida. Joder, qué tía tan sosa, recuerdo haber pensado. Tan callada y tan banal cuando no lo está. Sí, mejor que no diga nada más. Eché la cabeza hacia atrás y contemplé el techo. Es una costumbre que permanece inalterable desde mi niñez. Encuentro los techos realmente interesantes: es un lugar poco frecuentado por la vista, y a veces esconde secretos fascinantes. Por desgracia, suele interpretarse como un gesto de indiferencia o pasotismo, y creo que así lo captó mi acompañante:

-Eh –mirada de pocos amigos en ristre-, ya sé que no tengo mucha conversación, pero no hace falta que te quedes ahí pasmando.

-Lo lamento –dije, y rápidamente me concentré en otros detalles de la estancia. Enseguida mi atención quedó completamente enjaulada en manos del relleno amarillo que se escapaba de un agujero del sofá; después, paseé un rato sobre el bordado del cobertor, salpicado de cestas de flores deslustradas y pequeños rotos.

Dejó escapar un bufido de incomodidad. Vale, confieso que me reí para mis adentros de sus escasos talentos sociales, pero realmente encontraba toda esa situación la mar de entretenida. Mientras decidía mi siguiente estrategia, sonó su móvil. Un tono de llamada espantoso, qué quieren que les diga.

-¿Diga…? ¡Jo, tía, al fin! Creía que ya te habías olvidado de mí. Mira que eres tardona, ¿eh? Estoy con H. en la tetería… no, ésa no, en la Madame Germain. ¡Venga, apura!

Damn it, pensé. ¿Eso es un triunfo? ¿Y cuál de sus amigas será? Siempre puedo procurar picar a las dos a la vez, si la otra es tan estúpida… Pero ahora me encuentro en inferioridad numérica. Necesito refuerzos.

Llegó al cabo de unos diez minutos, y vino sola. Les juro que me dio un brinco el corazón de pura alegría: era Therese, Therese VI la Fantástica, no una de las idiotas que suelen formar su cortejo. La vida a veces ofrece misterios inexplicables. ¿Por qué alguien como Therese se había hecho amiga de semejante tonta de capirote? Quién sabe. Pero en este caso me beneficiaba, así que me relamí de curiosidad. Los siguientes minutos podrían ser muy entretenidos.

Saludó a su amiga primero; abrazos y estrujones, y un intento por conducirla a la silla a su derecha. Pero Therese me vio, y se acercó a mí con una amplia sonrisa de interés. Le presenté mis respetos, y decidió sentarse conmigo en el sofá. Primer tanto para mí. Estúpida-número-uno se revolivó de nuevo en la silla.

El cotorreo invadió el altillo a la velocidad del rayo. Estúpida-número-uno pasó a narrar todos y cada uno de los eventos de la última semana, comenzando por una discusión con su novio y terminando con la tardanza de los que aún no han aparecido. Fue lo bastante educada como para evitar añadir un sonoro “¡Este imbécil me está amargando la tarde!”. Therese escuchó amablemente las quejas, introduciendo hábilmente movimientos de cabeza, interjecciones y otras expresiones fáticas. Tras semejante monólogo, Estúpida-número-uno decidió que era hora de ir al baño, y le pidió a Therese que vigilara sus cosas; a esto añadió una fugaz mirada de desagrado hacia mi persona. ¿Realmente esa foca ártica creía que iba a saltar sobre su bolso y saquearlo en cuanto me dejara solo? ¿Para robarle su BlackBerry rosa o su barra de labios de MaxFactor? En fin, al menos se fue y nos dejó solos. Therese me dedicó una de sus célebres sonrisas de medio lado y un suspiro ahogado de resignación. Me preguntó por mi vida, pero mostrando interés, no por simple cortesía. Enseguida nos enfrascamos en una de nuestras conversaciones interminables sobre cine. Ambos somos fans confesos de Marcello Mastroianni, y nos divertimos viendo películas de serie B de los años ’50. Mientras tanto, le habían traído su café, y aprovechamos para bromear sobre la eficiencia del servicio en ese miserable cuchitril. Therese miró a su alrededor complacida; era evidente que el sitio le gustaba. Antes de que Estúpida-número-uno volviera, le propuse tomar un café allí mismo otro día, “en algún momento en el que la conversación inteligente no se vea amenazada”, añadí. Se rió con picardía, y me advirtió con las cejas de que Estúpida-número-uno estaba subiendo por las escaleras del altillo. En vez de volver a su silla, se sentó entre Therese y yo en el sofá. Doble triunfo por parte de esa zorra: me había echado de su campo de visión y había logrado monopolizar la atención de Therese. Pero esto no puede quedar así, me digo, y comencé a hacer muecas, oculto tras la sólida cortina de sonido que formaba su cháchara. Therese apenas podía contener la risa; Estúpida-número-uno se estaba oliendo algo, y en un momento dado se giró bruscamente a mirarme; pero yo estaba absorto en mi actividad favorita, contemplar el techo. Trrring, su horrible móvil sonó por segunda vez en la tarde. Cogió el bolso con una cara de mosqueo increíble y salió del local para hablar. Probablemente para poder ponerme verde sin que yo estuviera delante.

Therese soltó una enorme carcajada, y yo otra. La velada estaba resultando divertida, aunque ojalá, pensaba yo, ojalá pudiéramos escaparnos de ella. Quizá cuando volviera a ir al baño podríamos irnos rápidamente. Pero claro, Therese era amiga suya, a fin de cuentas: sabía que podría irme cuando quisiera, pero no creía que Therese estuviera dispuesto a seguirme.

-Oye, H. –joder, ¿me leía la mente? Impresionante-, ¿qué te parece si nos escapamos?

-Me parece lo más sensato que nadie ha pronunciado en voz alta esta tarde –pero qué suerte tengo, qué suerte tengo-, ¿pero qué hacemos con Lady Cancerbero en la puerta? Estará encantada de perderme de vista, pero a ti no te dejará irte. O se vendrá con nosotros, solo para fastidiar.

Therese me miró con un plan astuto asomando bajo las cejas. Hizo un leve gesto hacia atrás: concretamente, hacia la ventanita que daba al callejón en el que nunca pasa nada interesante. Dios mío, tuve ganas de besarla. Era jodidamente inteligente por su parte. La ventana era lo suficientemente amplia y además, no estaba muy alta, ni siquiera estábamos en un primero. Miré hacia la puerta: ni rastro de la camarera, solo un viejo cabizbajo sobre su periódico en la barra. Estúpida-número-uno hablaba fuera por el móvil, sin imaginarse nuestras maquinaciones.

El pestillo estaba un poco duro, pero conseguimos abrirlo sin dificultad. Me ofrecí a saltar primero y recogerla cuando cayera, pero se me adelantó. Enseguida, el sonido de los pies chocando contra el pavimento, y un gesto de Therese. Todo va bien. Eché un último vistazo hacia atrás y salté. La trompeta de Miles Davis nos dijo adiós desde la ventana entreabierta: Bye bye, Blackbird. Corrimos por la calle antes de que Estúpida-número-uno nos encontrara. Al doblar la esquina me paré en seco, y Therese conmigo. Nos miramos en un segundo congelado, en una pantalla de restos de luces, en una corona de flores de mayo.

-Nos hemos olvidado de pagar los cafés…

La carcajada y nuestros pasos sobre el pavimento nos persiguieron cuesta abajo, hacia el corazón de la madrugada. Después de todo, parecía que esa noche no iba a llover.

20110529

Nota aclaratoria:

Un hombre afortunado es aquél que posee su propia buhardilla.


Corolario: un hombre también podría considerarse afortunado si poseyera su propia biblioteca.

Corolario segundo: en caso de que la biblioteca estuviera alojada en una buhardilla, el hombre en cuestión podría considerarse doblemente afortunado, siempre y cuando el emplazamiento cuente con un clima seco en el que la humedad no suponga una amenaza para los libros.

Corolario tercero: [inserte aquí su propio corolario tercero]

20110524

Neón de fin de partida, de otras dosis,

de otros augurios que he leído

en el vuelo del polvo y el caudal del cielo

-ahora ruido, ahora silencio-

Alguien vomita al final del pasillo -¿soy yo?

No se ve el mar desde aquí, pero crece una mata de hortensias

ceñuda, mirando al norte. Paréntesis. Pienso: la lana

ya no sirve; la lana

ya no cobija del fango

ni del fuego.

Madre, ¿debería construir el muro?

Madre, supongo que estoy enferma de horror

al blanco aséptico.

Ya no queda ninguna fe en pie

que rechazar. Queda el mar, él permanece;

el mar, que ahora es una ventana y un frasco vacío

sin más recuerdos que un olor

viejo a rosas sucias y a primavera con polvo

en los ojos.







PD: 10 puntos al que encuentre el plagio guiño a Pink Floyd.


20110519

Caídas

Me caía de los árboles con frecuencia.
Me caía de la bici; solía rascarme codos y rodillas, y por eso ahora tengo las piernas llenas de cicatrices.
Me caía patinando de maneras bastante estúpidas.
Me caía porque tropezaba con mis propios pies.
Me caía por bajar las escaleras demasiado deprisa.
Me caía por querer sacar al perro siendo demasiado pequeña; después el perro me arrastraba arriba y abajo por todo el jardín.
Me caía por correr en el borde de la piscina.
Me caía porque quería; saltaba desde la barandilla del balcón y sentía algo como una descarga eléctrica por todas mis articulaciones.
Me caía por querer mantener el equilibrio en bordillos que no eran planos o lo suficientemente anchos.
(¡Claro que me caía! Me encantaba caerme. No era capaz de permanecer quieta tiempo suficiente como para querer evitarlo.)

Hoy me caí patinando.
Mañana volveré a caerme patinando.
Espero seguir cayéndome por torpe y patizamba durante mucho tiempo.