20111229

Si tuviera que dibujarme a través de tus manos
reuniría tantos puntos de vista, deformidades y contradicciones
que el resultado sería el mundo entero.

Fui secuestrada y recluida en un pedestal
Vestida de santa, coronada reina
-yo, que nunca levanté la vista al cielo-

y ahora te empeñas en derribarme a pedradas
del altar que tú mismo levantaste, y yo, desorientada,
todavía no entiendo qué hacía ahí -o qué hago.

Puedes afilar tus palabras, revolcarte en la cicuta
hasta que tus ojos sangren. Pero -guarda tus balas
y tus fuerzas, y tus malos humores.

Me tomaste por fiel sabueso, a mí
-que siempre he sido un pájaro y jamás
lo oculté-, pero

mantuve el disfraz y nadé a contracorriente mucho tiempo;
tanto, que el río se cansó de mí
y me vomitó a la orilla.

Me voy a quedar aquí un rato, respirando
y derramando un poco de la sangre de la que, según tú, carezco;
que si algo me sobra es vida.

20111219

Lo irremplazable

Qué cuestiones de pérdida o melancolía
Qué elevados conceptos de nuestra persona

Idiotas, eso somos. Idiotas.

Dime, ¿recuerdas a quién vendimos
aquel salvoconducto que nos iba a mantener con vida?

Yo sí, ¡oh, claro que lo recuerdo! A cambio,
veinte pavos de alguna buena mierda, y un paquete de tabaco,
y unas botellas, y arena en los bolsillos.
Arena en los bolsillos, sí.

Resulta que ahora cargo con relojes desangrados
dentro de los bolsillos.

Te pediría unas palabras, y te pediría silencio.
Silencio. Qué palabra tan grande, que
lo llena todo.
Que todo lo abarca, lo traga, lo mata.

Silencio, victoria pírrica.
Palabras -valor de nada.
Silencio a cambio de lo irremplazable.

20111211

Wish, whisper, whip

Ask me if I still breathe deeply
Ask me if I've already been drowned
by hours and Awareness and dusty ol' fears
-face to face, side by side-

Etch our memorial, Stranger
-and keep me closer, closer, closer-
then let me break into a run
Neither dazed nights nor last chances

but I'd hold you in my hands if I could
I still would hold you -don't forget
Maybe it's all we need: hold me, hold you
Nothing else


PD: En mi defensa diré que, sin mayores pretensiones, cuando escribo en inglés lo hago de oído. Es decir, a lo que cuadre y mejor me suene. Perdón por el absurdo.

20111204

De querer(te)

Amor sostuvo mi frente con sus manos blancas
mientras yo vomitaba mil oportunidades
envuelta en silencio.
He buscado la luz al otro lado del mar;
desde la otra orilla me espero.
La he buscado a cada paso de las horas, en otros
gestos y en otras soledades.
La he buscado y te he encontrado más viejo, más
sereno, con otra manera de mirarme.
La he buscado y para mí solo he encontrado
oscuridad.

20111202

Llamé a las horas, las busqué.
Grité, escupí su nombre.

Esa noche, hasta el eco había enmudecido.

20111130

La risa tonta

Tiempo se estrelló
en un charco
-medio noviembre, frío febril-
Miraba alrededor sin saber cómo escapar.

Lo recogí y le di calor.
Te dije "Vamos a guardarlo
donde no lo puedan encontrar".

20111121

Won't you fly high, free bird?

Free Bird, Lynyrd Skynyrd

Y en las muñecas, palabras

-cintas de plata-,

pieles de noche y sal.

Palabras de sombra ciega, cálida

al tacto.

Palabras que me retienen, que van

y vuelven.

Anidan en mi boca y luego vuelan.


Y yo con ellas.


20111114

Late memory

You've turned into a worthless undead,
a pale shadow behind the window
that I used to look for.
Glad to see you nevermore.
The ones who dare
sittin' at the edge of the road and
talking till morning comes.

Now you've gone with all your pain, I can say
I am
complete.

Keep breathing.

20111107

Entre agua y barro

Lo siguiente son náuseas y mi cuerpo gritando que quiere nicotina. La cabeza me da vueltas y me apoyo en la barra, mecida por el agua que nos está inundando. Joder, repito para mí, joder, otro trago. Me lo bebo muy rápido y la boca me escuece. Vuelvo a la pista de baile, que es mi hueco original durante ese rato, y pongo los ojos en blanco. Me coge la mano, me rodea, me pregunta si soy real. Yo aparto la vista y niego con la cabeza. No, no, no. Y tú tampoco eres real, ¿no es cierto? No me responde, pero me coge la otra mano. Giramos en el espacio. Yo repito que no, que no es real, y que si fuera real no estaríamos en medio de un pantano. Tengo los pies pegados al fango, creo que no puedo escapar. Las manos se sueltan y ahora me rodean la cintura. Pero yo me niego a mirar, porque ya sé qué voy a hacer si miro. Retengo un vago recuerdo, agradable, de una noche hace mucho tiempo. O no, quizá no hace tanto, las fechas me bailan en el estómago. Quiero sentarme, pienso, y busco a mi alrededor, en este cenagal, alguna rama o piedra o resto de civilización, pero encuentro aire. Solo aire. Las manos que me rodean son cálidas, y creo que deberían de ser familiares. Me decido a abrir los ojos -¿es que alguna vez pudieron ver?- y me encuentro otros ante mí, mirándome. Parpadeo una, dos, tres veces. ¿Quién eres?, le pregunto tan solo moviendo los labios. ¿Quién eres y por qué estás en este pantano cogiéndome de la cintura? No responde y me besa en la frente. Ahora estoy pálida, noto la sangre cayendo como un torrente de la cabeza a los pies. La oigo bajar y estrellarse contra el barro. Me zumban los oídos y la cabeza me da vueltas. Pero se da cuenta y me coge en brazos; creo que no peso nada. Debo de ser de humo, o de niebla, o de palabras. Me lleva a través de ningún camino -todos los senderos están cerrados por el agua- y me deja sobre un árbol enorme, justo en el centro del pantano. Hay otras plantas, y oscuridad grisácea, y todo huele a umbría aquí. Nos sentamos en una rama; balanceo los pies sobre el vacío azulado. Me coge una mano entre las suyas y miramos hacia abajo: estamos manchados de tierra, llevamos restos de hojas en la ropa y en el pelo. Me doy cuenta de que no ha sonreído ni una sola vez. Bien. Cierro de nuevo los ojos y cuento hasta siete. Al abrirlos, encuentro el cielo sobre mi cabeza. Hay un pájaro pequeño y negro que cruza a toda velocidad, rasgando la bóveda del sueño con sus alas de cuchilla. Bajo los ojos despacio, con el zumbido aún resonando; bajo los ojos despacio, hasta los suyos. Quiero evitarlo, porque sospecho que es ahora cuando toca que sonría; es ahora cuando llegan las palabras en voz alta que yo no quiero. Así que cuando nuestras trayectorias oculares se cruzan, solo durante una fracción de segundo, grito. Grito para que sepa que estoy escogiendo el silencio. Grito con toda la fuerza de mis pulmones. El aire sale disparado por doquier, estrellándose contra el decorado que me rodea, barriendo el agua, el barro y la mueca. La mueca, sí. La sonrisa que apenas había comenzado a nacer en esos otros ojos; y ya la he matado.

Después del grito, el vacío se adueña del paisaje. Viene caminando con el paso del tiempo, ese que no rompen ni las botellas ni las luces del amanecer. Y ahora no queda nada alrededor: no hay árboles, ni pájaros, ni nadie más que yo. Respiro hondo -parece que por primera vez en años- y decido que ya es hora de despertar.

20111104

Endgame

(...)
HAMM - ¡Espera! (CLOV se detiene.) ¿Qué tal tus ojos?
CLOV - Mal.
HAMM - Pero ves.
CLOV - Lo suficiente.
HAMM - ¿Qué tal tus piernas?
CLOV - Mal.
HAMM - Pero andas.
CLOV - Voy y vengo.
HAMM - En mi casa. (Pausa. Profético y voluptuoso.) Un día te quedarás ciego. Como yo. Estarás sentado en cualquier lugar, pequeña plenitud perdida en el vacío, para siempre, en la oscuridad. Como yo. (Pausa.) Un día te dirás: estoy cansado, voy a sentarme, y te sentarás. Luego te dirás: tengo hambre, voy a levantarme y a prepararme la comida. Pero no te levantarás. Te dirás: no debí sentarme, pero ya que estoy sentado me quedaré sentado un poco más, luego me levantaré y me prepararé la comida. Pero no te levantarás y no te harás la comida. (Pausa.) Mirarás un rato a la pared y luego te dirás: quiero cerrar los ojos, quizá duerma un poco, luego todo irá mejor, y los cerrarás. Y cuando los vuelvas a abrir la pared habrá dejado de existir. (Pausa.) La infinitud del vacío te rodeará, los muertos de todos los tiempos, resucitados, no lo llenarán, y serán como una piedrecita en medio de la estepa. (Pausa.) Sí, un día sabrás lo que es esto, serás como yo, solo que tú no tendrás a nadie, porque tú no habrás tenido piedad de nadie y ya no habrá nadie de quien tener piedad.

Fin de partida, Samuel Beckett.

20111102

Anyway, what you're gonna do about it?

Juliet, the dice was loaded from the start
and I bet and you exploded in my heart
and I forget, I forget the movie song .
When you're gonna realize it was just that the time was wrong, Juliet?

Come up on different streets, they both were streets of shame,
both dirty, both mean, yes, and the dream was just the same.
And I dreamed your dream for you and now your dream is real.
How can you look at me as if I was just another one of your deals?

When you can fall for chains of silver, you can fall for chains of gold,
you can fall for pretty strangers and the promises they hold.
You promised me everything, you promised me thick and thin.
Now you just say: "Oh, Romeo, yeah, you know, I used to have a scene with him".

Romeo and Juliet, Dire Straits





Probablemente, la nostalgia más perfecta que hay es la que se siente por lo que no existe.

20111016

Del fin de H.

H. miró a Maga al otro lado del cuarto. Estaba entretenida apilando tapones al borde de la mesa, en tambaleante ascensión celeste. Tenía el ceño un poco fruncido, los labios apretados, el pelo sobre los ojos. H. la dibujó al fondo de la habitación, contra la pared, en la luz tenue de la lámpara tartamuda. Supo que Maga sobreviviría sin problema.
Se apartó de ella sin que lo advirtiese. Con pasos cortos y la cabeza gacha, reflexivo, se asomó a la ventana. Las cortinas se agitaron por el viento como pájaros blancos cuando H. abrió la hoja. Se cercioró de que había recordado todo lo necesario: la maleta vacía, la lista de las cosas que no se llevaba, el sombrero de ser importante calado hasta las cejas. Miró hacia atrás solo una vez, hacia Maga: seguía jugando con sus corchos, sentada a la mesa, envuelta en sábanas y coronada de hiedra. Qué bonita cosa, pensó H. sonriendo para sí, qué bonita está ahí jugando con sus tapones y su ceño fruncido y su aspecto de musa. Entonces se encaró con el aire: primero levantó la pierna derecha, después pasó la izquierda. Durante un segundo se balanceó como un ángel a punto de caer.

Al oír el golpe y las voces de la gente abajo, la extensión de la Maga levantó la vista de sus juegos y pestañeó perezosamente. Se levantó y fue hacia la ventana ella también, con sus sábanas de arrastrar lánguido, siguiéndola como una prolongación lívida de su paso infantil. Ligera como una nube, su manita apartó las cortinas, que seguían agitándose por el aire frío de octubre, y Maga asomó la cabeza despeinada a la calle. Apenas prestó atención a la mancha rojiza y negra al fondo de la acera; en cambio, levantó los ojos a los tejados y las antenas, por donde pasaba una gaviota carinegra en ese momento. A Maga le brillaron los ojos. Súbitamente llena de energía, agitó los brazos hacia el ave y gritó con toda la fuerza de sus pulmones de madera:
-¡Adiós, H.! ¡Buen viaje!

20111009

Duermevelas

Cuando abrí los ojos
la casa estaba en
silencio.
Era esa hora imprecisa
en la que el cielo se ha partido
en dos, y caen
las luces al suelo.

Abrí los ojos porque
te sentía cerca, como si te oyera
respirar a mi lado,
dormido ya.

Abrí los ojos porque llevabas pegado a mí
toda la noche
y sentía tu aliento cálido
sobre mi hombro.

Abrí los ojos y desperté con el sol en las pestañas,
la manta enredada, la ropa
arrugada.
Yo sola.



PD: siempre que voy a Santiago saco algo en claro de algo. Es una ciudad con la que me casaría.

20111002

Golondrina

(...) seguirá avanzando, aún más allá, porque, si muriera aquí, le pondrían una lápida encima y, para una mujer que nunca tiene sosiego, la idea de que su huida vaya a detenerse para siempre es insoportable.

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera


La extensión de la Maga contemplaba un frasco de colonia vacío. Se trataba de un bote de cristal grueso; Maga lo sostuvo a contraluz, dejando que la lámpara iluminara dos peces pintados. También había un gato amarillo y flacucho sobre un lateral, observando a los nadadores con curiosidad. El gato era una constante vital. El gato siempre había estado en el mismo sitio, acechando a los peces con la misma expresión de gato que acecha a unos peces durante años. Maga había observado el intento inerte por pasar a la acción desde pequeña; dos brillos anaranjados nadando en aire de cristal, una sombra dorada a punto de saltar, esperando el movimiento que nunca llegaba. Era la persecución más triste de la historia, porque en ella nadie se molestaba en escapar. Así, el gato amarillo sobre el frasco jamás lanzaría un zarpazo, ni los peces se asustarían ni chocarían contra los muros de vidrio, ciegos por salvarse. Maga acarició con la punta del dedo el lomo arqueado del felino. Lo dejó sobre la mesa y siguió el contorno octogonal del bote, con sus ojos caminando de puntillas sobre el silencio del cuarto. Se oía un reloj a lo lejos; cuatro golpes de tiempo cruzando el pasillo. Estiró las comisuras de los labios en una mueca, se pasó la mano por el pelo y suspiró. Los peces eran todos unos traidores, se dijo. Ya de niña no le gustaban nada; dos pequeñas manchas de color huidizas, riéndose del pobre gato de plástico con sus problemas de movilidad. Peces crueles, que no huelen a nada ni tienen escamas brillantes con las que maravillar al mundo.

Maga cerró la puerta con suavidad y echó a andar hacia la calle. Sus zapatos repicaban como la lluvia bajando las escaleras de piedra. Mientras vagaba por el puerto, se detuvo a contemplar a los gatos que sí se movían y lanzaban zarpazos a peces y participaban en auténticas persecuciones. Maga los quiso como a hermanos durante treinta segundos. Después se dio cuenta de que ningún gato, real o de frasco, tenía nada que ver con ella. Cansada y ebria de brisa marina, titubeó ante el muelle dos minutos eternos; después reanudó su paseo.

Entró muy despacio en un bucle de sueño y retazos de memoria. Caminó con pasos livianos hollando las nubes; se paró ante el mar e hizo una reverencia a sus simas rebosantes de vergüenza. Un pie tras otro; se recogió el pelo con las manos y luego lo dejó resbalar sobre sus hombros fríos. Maga no sabía a dónde iba, pero cada paso le hacía hervir la sangre. Cada metro recorrido era un mantra: “Estoy viva, estoy viva, estoy viva”. Así continuó hasta llegar a una plaza apartada del resto. Miró a su alrededor; avanzó arrastrando los pies hasta un banco, donde se acostó hecha un ovillo y dispuesta a soñar. Pobre Maga, con el resorte del pecho todavía roto. Pobre Maga, la peor de las ficciones humanas que nadie ha creado jamás.

La extensión de la Maga llevaba una llave atada al cuello; raquítica y deslucida, tenía ese soplo tranquilo que dan las cosas muy viejas. Todavía tumbada, Maga se sacó del bolsillo una cajita de madera y la sostuvo en la mano. En la tapa había tallada una golondrina. Seguro que no pesaba demasiado, porque era una cosa muy pequeña, tanto que cabía en la palma de la mano. Sin abandonar la posición horizontal, Maga acercó hacia sí la golondrina atrapada en el dibujo. Con mucho cuidado, deslizó la llave en el interior de una ranura lateral. Le dio dos vueltas hacia la derecha y esperó. Transcurrieron días. Maga no se movió, ni dejó de mirar fijamente la caja cerrada, tan minúscula que le cabía en la palma de su mano diminuta. Quizá eso era todo; Maga mantenía la vista clavada en ella, como si hubiera algo que leer, o como si memorizase cada surco en la madera oscura.

Pero la extensión de la Maga se durmió con la cajita sobre el pecho y la llave todavía en la ranura. Agotada como estaba, soñó con el mar y la levedad, la sangre y la nieve. Dentro de su pecho hueco retumbaban, una a una, las notas de una canción que llevaba grabada por dentro de los ojos. No mostraba un aspecto convencional; es decir, nada de pentagramas o negras o claves de sol. Cada parte encajaba con el resto formando filigranas entrelazadas en sus humores, sus huesos, su carne. Cada fragmento disperso se unía al resto en forma de canción de cuna, vieja, temblorosa y pálida. La música recorría el interior de Maga siguiendo el dibujo, con un fluir desdentado que le hacía subir la fiebre y caer las lágrimas, hasta llegar a un punto en el que su cuerpo se colapsaba y, curiosamente, llegaba a un equilibrio perfecto y funcional, floreciendo por dentro como si le hubiera llegado la primavera. Entre tanta serenidad enlatada y pasos patizambos de melodía, la niebla de la vigilia le mostró a su creador, un artesano de ojos de plata. Estaba inclinado sobre algo que sostenía entre las manos; el baile de la gubia y la lija jugando sobre la madera desbordó el cerebro de Maga como si fuera agua. El artesano se echó hacia atrás y contempló su trabajo terminado: era una cajita tan diminuta que le cabía en la palma de la mano.

Mientras Maga dormía, y sin que nadie lo advirtiera, de la cajita se escapó un suspiro como de ramas y bosques. Lentamente, con un “clac”, la tapa se abrió. Una golondrina diminuta, tizón del aire, sacudió sus alas y echó a volar hacia el cielo.


20110930

Adiós, Fígaro

Fígaro solía ser pequeño, cálido, suave.
Fígaro solía tener miedo y no atreverse.
Fígaro solía cuidar y querer las cosas viejas e inservibles.
Fígaro solía dormir acurrucado, con sus luces y sus oraciones.
Fígaro solía ser más fuerte de lo que él mismo creía.
Fígaro solía ser yo.

Fígaro ya no volverá a casa.

20110929

De la levedad

Pip y yo estábamos sentados, mirando por la ventana en el muro. Quise decirle “Pip, creo que hoy me he muerto un poco por dentro”, pero en lugar de eso saqué dos cigarrillos y fumamos. Hablamos del peso. Le dije “Por eso empecé a escribir, tío”. Él me contestó “Siempre lo he preferido”. La levedad asusta. La levedad es un vértigo nauseabundo y traicionero disfrazado de broma. Cuando te zambulles en ella es amarga, sorda; se adhiere a la piel, te atraviesa, y si no estás preparado, te deja lívido y temblando de fiebre. Es una peste del mundo moderno, la levedad. La gente quiere huir de ella, sí, pero solo alcanzan la inacción; como flotando, estáticos y flotando, eso es. A Pip le gusta el peso, y yo siempre he querido dejar un rastro que me una con lo que está por llegar. De pequeña quería ser Baudelaire y que mi cara figurara en todos los libros de historia. Después apareció Pip y apareció Ernie y también Pianocat y fundamos la D-Generación para escaparnos y permanecer. Lo que necesitábamos era más peso, peso, peso. Por eso, cuando Ernie me miró y lo dijo en voz alta, me hizo llorar. Porque vi la levedad reptando sobre sus palabras, en las líneas de fuga del patio y en el cielo cubierto sobre nosotros. La levedad, que cada vez pesaba más sobre mis pulmones, tanto que los hizo estallar; llené todo de vísceras ligeras como nubes. Ernie fue capaz de transformar la levedad para mí en forma de plomo y piedras que me golpearon. Así fue como me morí un poco.

Pip y yo encontramos un hormiguero cerca del banco. La hilera iba y venía, hasta un par de metros por detrás de nosotros. Las observamos durante un rato; volvimos a sentarnos ante la ventana en el muro y hablamos de nuestras obras. Pip se quejó de que lo que escribíamos eran siempre cosas muy cortas, y yo pensé “tiene razón” y le hablé de mi libro y mis ideas y todo eso. De la estructura, por ejemplo. Le gustó. El viejo Pip, siempre dispuesto a escucharme. Nos levantamos y caminamos hasta el mirador, para ver los barcos. Había un viejo velero de madera que apenas distinguimos entre las demás naves. Luego reanudamos el paseo; le pedí que cuidara de Ernie. En cierto modo, me sentía responsable de él; no debí haber hecho lo que hice. Hay cosas que no se pueden decir, nunca, y está bien así. Pero cometí el error de darle aliento a algo que, en realidad, no valía ni ha valido nunca gran cosa. Ahora quizá Ernie esté preocupado por mí, porque me vio llorar en su patio de luces mientras me fumaba dos cigarrillos seguidos. Supongo que creíamos entendernos más de lo que nos entendíamos, y así avanzamos por un camino que solo consistía en puertas y más puertas que se cerraban. Le dije a Ernie que siempre me preguntaría qué podría haber pasado si… pero quizá no sea cierto. Quizá me guste haberme muerto un poco por dentro y quizá me guste lo que soy ahora. Pero creo que no lo habría entendido. Con Ernie siempre tenía que usar palabras específicas: Ernie-términos, Ernie-verbos, Ernie-sentimentalismos. Algunas personas funcionan mejor así, como un coche que admite un tipo de combustible y no otro. Si yo le hubiera hablado con la franqueza que tengo conmigo misma, con otras expresiones y otra luz y otra saturación, Ernie no sería Ernie y yo no sería yo. Si cuando, en la soledad de la cocina, me pregunté sobre la levedad y la pérdida hubiera tenido miedo –es decir, si mi miedo fuera realmente el miedo a la pérdida- habría corrido a su cama y me hubiera refugiado allí durante veinticuatro horas. Pero no lo hice, porque no había nada que echar de menos. Porque fue la levedad la que me hizo llorar.

Pip me acompañó hasta el portal y esperó mientras llamaba. El viejo Pip, que iba a ir a buscarme a la salida de clase; Pip, que se preocupa por mí. Pensé en eso durante cuatro pisos de escaleras de madera desvencijadas y un pasillo estrecho. Al llegar tiré mis cosas a los pies de la cama, como siempre hago, robé un cigarrillo de la estantería y me coloqué al lado de la ventana. Es lo único que me gusta de ese sitio, el ventanal con su pintura blanca rota y su barandilla. Pasé la mano sobre las cicatrices de la madera, despacio; lo hacía siempre, por si cada vez era la última. Por si no volvía a asomarme desde allí a ver los edificios y la gente pasando. Cómo me gusta esa ventana. Tiré la colilla mientras me lo repetía: “cómo me gusta esta ventana”. Después me senté al borde de la cama y me saqué las botas. Si volvía una y otra vez allí, a esa habitación con esa ventana, era porque me hacía sentir intocable. Allí dentro no entraba nada, nada salía. Alto el fuego; yo no era tan de esa manera y sí más de aquella otra. Me gustaba ir porque no me exigían palabras ni sentimientos, solo yo al borde de la cama. Ni un solo “¿En qué piensas?”. Ernie solía hacerlo, ¡y yo lo detestaba! Nunca pareció comprender que huía de explicar lo que no necesita explicación. Por eso, tomé la costumbre de ir y venir y de acabar recalando siempre en esa casa, a quitarme las botas y robar cigarrillos para fumármelos después en la ventana que me gustaba tanto.

La tarde se me fue deshilachando entre las manos, minuto a minuto, hasta que me olvidé por completo de que había llorado. Envuelta entre mantas, sentada, con la cabeza alta y la mirada como un colibrí. Hice un cálculo rápido. Ernie se había quedado atrás, convertido en un punto lejano y cubierto de polvo. Yo existía aún, era más que suficiente. Mis órganos funcionaban, mi cuerpo conservaba todos sus miembros; notaba el calor, el frío, el tacto de la madera y de la lana. Parece estúpido, pero la verdad es que así me curé: bebiendo y chillando y sintiéndolo todo más de lo que debía. Pero se había terminado. El fin de alguna cosa. El fin del peso. Y el comienzo de lo leve.

Me levanté y me fumé otro cigarrillo. Mi primer impulso como criatura de la levedad fue inclinarme hacia él y darle un beso en la mejilla.

20110925

Crash

Oí el disparo antes de que me alcanzara.
No me molesté en recoger los pedazos.

20110920

Las estaciones en fuga

Dijo que dolió

Que le dolió

Mucho tiempo.


A mí me dolió,

Me sigue doliendo

-tantas esquinas sin luz y tanto por lo que llorar-


Las piedras que amontoné sin cuidado alguno

están cubiertas como de primavera y suspiros

y ahora el agua ya no las atraviesa.


Los huecos, bueno, supongo que se llenaron

de vino y de vidrio, de ojeras y fiebre,

de sábanas viejas.


Ha llegado el otoño. He dejado de rezar.


20110911

5:32 a.m.

Otros – mucho

antes que yo

lo predijeron: la existencia

de la carne (podrida) y

el alma (cristal vacío).


Yo no me atreví ni a respirar.

La tormenta pasa arrastrándose, exangüe;

empaña con su aliento húmedo

el latón viejo del cielo

-llamas y ceniza bailando en su reflejo-

El cielo viejo, sí, rojo, muerto

que se come al Sol y después arde.


No me moví. Mis manos, siempre

en silencio, se llenaron de sangre.

No lloraré. Pero esa sangre

era mía.

Por resistir os entregué hasta mi levedad.

Quién sabe qué venenos me habitan

ahora, saco de huesos

y humores podridos.


En realidad,

lo único que me queda por ofrecer

es, además del etanol

- lengua fría de la medianoche-,

mi propia vida.


Qué insignificante.


20110905

De cocinas y piedras catatónicas

Hubo un momento en el que pareció que el suelo cobraba relieve. Las baldosas se combaban hacia arriba, como un puñado de gatos pardos con el lomo arqueado. Alcé una ceja, después la otra. Mi cara todavía estaba allí, qué bien. Entonces me preguntó si quería un poco de té. Le dije que no; no me gusta el té.

Cada uno estaba sentado en un extremo de la mesa. Me había propuesto no moverme, por fervor estático o quién sabe qué chorrada. Miraba el suelo, que era lo que tenía delante; mi cuerpo parecía encontrarse a gusto, y no me molesté en variar su estado. Al lado de mi mano derecha, sobre la mesa, estaba mi viejo cepillo de dientes. ¿Qué estaba haciendo allí? Nota mental: guardar cepillos de dientes como vínculo fantasmagórico con gente de mi pasado. Oí la silla moverse y pasos hasta la pila; la taza estaba en el fregadero ahora.

-¿Puedo ofrecerte algo?

Gruñido vago.

-¿Quieres cepillarte los dientes?

Responder habría supuesto el desplazamiento de varios músculos. Después salió al corredor; oí sus pasos, oí agua corriendo. Volvió tras unos minutos:

-He dejado dentífrico en el baño. Para mañana.

Fascinante suelo, amor a la catatonia. Se acercó a mí y me acarició la cabeza. Amor a la catatonia, fascinante suelo.

-¿Sabes moverte por la casa, no?

Pregunta estúpida, después de casi dos años.

-Buenas noches.

Permanecí sentada bajo el neón epiléptico. Cansada, negándome el descanso, borracha aún, con la garganta seca. Recuerdo que, cosa curiosa, me esforzaba en no querer irme a la cama. Como si –menuda idiotez- el insomnio fuera una penitencia autoimpuesta. Ya eran las cinco y media, hacía rato que todos dormían. El silencio dormía, también. El paso marcial del reloj era lo único que atravesaba el sopor nocturno. Capas y capas de pesadez, como una cebolla lúgubre. Y yo intentando ponerme nostálgica. Supongo que estaba tratando de explicar cosas, amotinar otras contra el recuerdo, pero no me salía. Me di cuenta de que no había nada que echar en falta; cerré la puerta, tiré la llave a la hoguera. Mejor así. Empecé a ser consciente de que no había ningún espectro adherido a la memoria, ningún jirón entre los dedos, ninguna silueta dormida a la que acercarse en busca de calor. Simplemente, esa parte de mí se había borrado. O había ardido. Quizá fui yo quien le prendió fuego. Estaba sentada en esa silla desde donde todo era tan familiar sin ser capaz de sentir algo más que una piedra. Respiré hondo y me alegré de que eso, por lo menos ese pedazo podrido, se hubiera perdido en el caudal del tiempo. Me sentí más liviana y sonreí.

Finalmente me levanté para llenar mi taza de agua. La cocina parecía un poco un campo en la Luna, irreal y lechoso; sería por la luz, digo yo. La mesa abierta, manchada, mi cepillo de dientes y todo lo demás. Cogí el tabaco y salí a la terraza. En el patio no había apenas ruido; se respiraba quietud de mármol negro, como lluvia plomiza que atraviesa la carne. El cielo cubierto flotando en el hueco entre dos edificios, sus nubes rojizas de noche envenenada. Saqué medio cuerpo fuera, conté sombras, fumé despacio. Mis dedos se deslizaron por los rieles de aluminio. Estaba frío. Llenaba mi tacto de agujeros helados, me mantenía despierta.

No quise pensar en nada que no fuera permanecer en vigilia. Abrí más los ojos y expulsé el humo por la nariz, lentamente. Otra página emborronada en duermevela. Después de noches como aquellas, me hacía diminuta y desaparecía varias horas. Hasta que olvidaba lo que me pareciese oportuno para suplirlo por recuerdos más brillantes, de canto biselado; algo que no fuera a dejar otras marcas que las que yo eligiera. Mi capacidad de inventiva facilitaba en gran parte el proceso. Así, sabía que aquella noche terminaría adquiriendo significado cuasi-mitológico, un par de puntos legendarios que evocar con nostalgia. Mentiras, pero bueno. Cuando ya te has inventado tantas, todo límite se diluye. El mismo alcohol que desdibuja la belleza de lo grotesco es el que arrastra las esquirlas que se pierden. Es decir, las que quieres que se pierdan.

Entonces llegó el turno del enfado. Recordaba vagamente el boicot al que había sido sometida horas antes. No sé con quién me cabreé más, si con ellos o conmigo. Si con Jill y su mirada de advertencia, o con mi vagar desorientado, automático, tras el espejismo de un afecto que caduca en media hora. En fin, al final terminé gritándole a Jill, como tenía por costumbre, y ella se había enfadado. Ahora estaba durmiendo. Sabía que me disculparía con ella a la mañana siguiente y nadie se acordaría más del asunto. También sabía que Jill no lo aprobaba. Mi comportamiento, digo. Pero estaba preocupada por mí, y eso constituía su escudo; no puedes enfadarte con alguien que demuestra tanta preocupación. Se considera moralmente inaceptable.

Cuando terminé el maldito cigarrillo, consideré muy seriamente suspender mi penitencia. Al día siguiente me tocaba madrugar, y ya eran las seis de la mañana. Me quedaban tres horas de sueño potenciales, de las que aprovecharía dos, o probablemente una y media. Cuando no estoy en casa jamás duermo bien. Como aquel otro día en el que los ruidos de la calle me mantuvieron despierta hasta bien entrado el amanecer. Seguramente esta noche sería mejor que aquella. Tenía la certeza de que nadie iba a ir a abrazarme, y de que no me iba a despertar sintiendo asco por ello. No por la situación, ni por la piel desnuda y tibia pegada a la mía, sino por ese gesto nocturno que era peor que una patada en plena cara. Constituía la mejor prueba de que era preferible morirse solo, bien lejos del cinismo afectuoso y de aquellos que lo profesan.

Cerré la ventana y apagué la luz. La oscuridad del pasillo era prácticamente tangible, pero conocía bien la posición de cada puerta y recoveco de la casa. Entré de puntillas en la habitación, me desnudé y me acosté al lado de Jill justo cuando empezaba a amanecer sobre el lomo dentado de esta ciudad de agua.

20110902

Por un momento me había planteado registrar una nueva fase en las vidas de la D-Generación, protagonistas de La leyenda de la duermevela. Material hay de sobra. Pero ahora mismo estoy demasiado distanciada de la realidad para hacerlo como yo quiero.
Dice otro de los miembros de dicha generación que escribirá cuando las heridas cierren. Yo lo haré solo cuando estén tan abiertas que no pueda distinguir sangre y letras. Por mantenerme fiel al espíritu original, ya saben.

20110829

Mañanas

Hoy por la mañana me desperté temprano. Mientras me duchaba, pensé en aquello un momento. Recuerdo que el agua estaba demasiado caliente, pero no me importó. Tenía los hombros quemados bajo el chorro. Me gustan mis hombros. Miré atentamente la piel cada vez más roja con la cabeza vacía. Como si no hubiera otra cosa en el mundo digna de mi atención; nada más que mi hombro derecho y el agua rebotando con fuerza sobre él.

Me envolví en el albornoz y bajé a prepararme un café. Creo que dejé un rastro de gotas tras mis pasos; fui hasta la cocina descalza, como de costumbre, y cogí el café y mi taza de los Beatles y una cucharilla. Esperé de pie al lado del microondas a que se calentara, y le eché dos cucharadas rasas de azúcar. Cogí zumo, galletas y mermelada de fresa, y me senté a desayunar pensando en alguna cosa. Repasé mentalmente la lista de libros pendientes, intentando recordar las recomendaciones de un amigo, y comí en silencio, conmigo misma.

Cuando terminé volví a mi habitación y me metí en la cama, con albornoz y el pelo mojado y todo. Cogí la pitillera y un mechero y encendí un cigarrillo. La ventana estaba abierta, y sonaba algo de Dave Brubeck, creo. Miré el humo y ya no pude ver nada más, solo figuras retorcidas que subían hacia el techo y se deshacían a medio camino. Me recosté más aún y clavé la vista en una esquina de la ventana. Supongo que era inevitable, pero volví a pensar en aquello. Aquello que me preocupaba. Tenía el pelo pegado a la cara y las gotas resbalaban por ella, caían sobre la sábana azul y la mojaban; parecía una gotera de ángeles que lloran. No como yo, que no sé llorar. Se me olvidó. Por muy triste que esté, no hay manera. La única vez estos últimos meses en la que lo conseguí fue aquel día que supe que se estaba muriendo. Lloré la tarde entera, sin tregua, y al final tenía los ojos hinchados y rojos, y algo se había roto; pero durante la noche volvió a coserse, y al día siguiente todo seguía igual. Pero bueno, no lloraba ya, ni siquiera por aquello que me preocupaba un poco. Quise concentrarme muy bien en eso, y analizarlo y diseccionarlo hasta el mismo corazón –como siempre hago. Pero me desconcentró el cambio de ritmo de la música. Luego terminé el cigarrillo. Lo aplasté contra el fondo de mi cenicero improvisado y salí de la cama. Me quité el albornoz empapado y permanecí un rato de pie ante el espejo, en contemplación abstracta de mi propia desnudez. Era otra persona la que me miraba desde el cristal; aquel cuerpo no era mío. Me miraba una completa desconocida que poco a poco se superpuso conmigo, hasta completar una misma figura, una réplica que había adelgazado en los últimos meses, que en el brazo derecho tenía un moratón de noches pasadas. Ahora sí era yo, y como no me gustaba volver a mí, me di la espalda y empecé a vestirme.

Pensé por último en metáforas de cenizas enterradas, en cosas muertas y golpes contra uno mismo. Sentí lástima por lo que me preocupaba y por el hecho de que hubiera elegido la muerte. Al final, dejé que aquello saliera flotando por la ventana abierta en busca de otro cielo más claro y liso que éste de la costa. Me senté en el borde de la cama y observé mis manos, despojadas de todo talento. De repente recordé un sueño que había tenido aquella misma noche, y tuve que sonreír. Quizá ustedes no entiendan cuándo se tiene que sonreír, porque no es igual para todos. Pero mi cara se estiró horizontalmente en una mueca identificada con la alegría y los sentimientos positivos. Eso es; en una mueca. Que en el fondo era de lástima también por mí, y por tener que sonreír, y porque al fin y al cabo yo también escogí la muerte y la podredumbre una madrugada en la que ya amanecía en el fin del mundo.

20110822

De noche en la ciudad del agua

no queda silencio

que resbale de nube en nube

o de rayo de farola en charco.


De noche en la ciudad del agua

desfilan mil agujas sobre la piedra;

mil maneras de clavar el sueño

a la carne lívida –hasta agotarla.


De noche en la ciudad del agua

la oscuridad es interminable; el mar se traga

la arena de los relojes varados

y escupe a la orilla los cadáveres de las horas.


De noche en la ciudad del agua

ardió hasta el corazón de las cenizas.


Enterré los restos en el puerto, con las sirenas

de oro eléctrico

Era de noche, en la ciudad del agua.



PD: me pareció bueno mientras lo escribía, no ahora. Mediocre.


20110820

Dice: Me pregunto si alguna vez te arrepientes de algo. Si es que ese sentimiento vale algo hoy en día. No mucho, me temo. Aunque tú deberías ser ya un especialista en el tema.
Arrepentimiento, digo. No me interesa gran cosa, la verdad. No es un vocablo que utilice muy a menudo. Arrepentimiento. No, supongo que en general no siento nada parecido. Admito que tengo tendencia a recrearme en el lado oscuro de las cosas. Bueno, a veces. Pero ¿arrepentimiento? No, creo que no.
Dice: Eres un grandísimo hijo de perra, ¿lo sabías? Un despiadado e insensible hijo de perra. ¿Te lo han dicho alguna vez?
Sí, tú, digo. Miles de veces.
(...)
Y entonces hago algo. Alargo la mano y le cojo la manga de la blusa entre el pulgar y el índice. Y eso es todo. No hago más que tocarla así, y después retiro la mano. Ella no se aparta. No se mueve.
Y he aquí lo que hago luego: me pongo de rodillas, un tipo grande como yo, y cojo el dobladillo de su vestido. ¿Qué estoy haciendo en el suelo? Me gustaría saberlo. Pero sé que estoy donde debo estar, y sigo de rodillas aferrado al bajo de su vestido.


"Intimidad", Raymond Carver.

20110816

Fígaro III

Fígaro duerme tendido

Entre barrotes de lana;

Carne de luna y silencio

Al pie de la madrugada.


Madrigal muerto de frío

Mal clavado en la ventana

Y atado a un hilo de niebla

Que cruza, sombra de plata,


La memoria de otros mares

La nostalgia de otras alas

Que barren el horizonte

Al despuntar la mañana.


Y Fígaro al pie del poniente

Desgrana un canto de agua;

Camina el viento del norte

Sobre el romper de la playa.


Fígaro que sueña que vuela,

El viento que canta.




PD: éste, por ejemplo, sí que me gusta.

20110807

Simbología de la sangre

Raymond Carver

pusilánime

ruido de asco

-Jägermeister-

una reja

alguien da fuego.

Me estoy yendo, ssh

El humo que es viento y

luego plomo. Me lo trago. Es

mío. Es cálido. Me hace reír.

La lana, dentro, arde.

Ojos muy abiertos, ciegos de niebla

de nostalgia por los muertos

y entonces

el ruido se dispara, me arrastra

veo el mosaico, delante

de repente

los colores

estallan, me atraviesan

mi cabeza sangra

pero estoy viva. Soy un

cadáver, un

remiendo cosido al ojo

de un gigante

de plata y barro.

Mi cabeza sangra

pero estoy viva. Soy la

sombra entre el bien y

el mal

-es decir, nada-

Una insignificancia -viva.

Y tú no.

La sangre enmudece.

Basta. Ya no hay más.

La última puerta de la

percepción está ahí –respirando

con fuerza contra mi piel

en llamas-


y


se cierra

se está cerrando

se ha cerrado del todo.

20110802

A ti, pequeño hermano


Hoy es el día de la ceniza

y de la pérdida

El adiós de la última mirada, que arde aún

a la espera

Dejará que la luz se marche

La sombra lo cubrirá despacio, en un silencio

largo y blanco, interminable: primero vendrá

el letargo, luego la tierra, luego

el vacío sordo.


Dormirá bajo el árbol más querido.


20110727

Time and only time will tell us
Tell: was I right or wrong?
When anger breaks through
I'll leave mercy behind

I will take part in your damned fate
"Morgoth!" I cried
It's my oath
So don't fear the eyes
Of the Dark Lord

I
I will always remember their cries
Like a shadow they'll cover my life
But I'll also remember mine
And after all I'm still alive
I'm still alive
I'm still alive



The curse of Fëanor, Blind Guardian

20110718

He decidido poner punto y final a mi crisis creativa de los últimos meses. Como siempre, el Macondo me ha mimado con su café y su paz privada, y me ha hecho fuerte.
No hay ninguna crisis. Solo era yo asustada de que las cosas no salieran tan bien como esperaba. De perder por el camino el Nobel y el Pulitzer, y a saber qué más. De no ser una Rimbaud, una Kerouac o una Hemingway.
He revisado cuidadosamente las últimas cosas que he escrito, y me he dado cuenta de que no me gustan. No sé en qué momento he perdido la cabeza, pero ésa no es mi voz. No me reconozco. Por eso mismo, este blog queda temporalmente clausurado. Hasta que tenga algo mejor que ofrecer, y no la primera gilipollez que se me ocurra.
Lo único que tengo claro es que voy a seguir escribiendo, por supuesto. Y que éste es el año en el que arranca la leyenda de la Duermevela.

20110717

Sin apenas haberme dado cuenta
he llevado a cabo una sublimación de la tristeza,
de la nostalgia y de la ausencia.

Como siempre, las reconozco por su olor; y cada una
posee su propia imagen, su tacto áspero y desesperado
-su sonido desmayado y dócil, de mirada perdida-.

(La lavanda, por ejemplo, significa un poco más
de pena; significa lengua de barro,
despertar sin nociones de espacio o tiempo)

Significa una derrota, y que la música pueda atravesar libremente mi cuerpo
con su belleza fría, helada
-muerta-

Esperé sin saber por qué,
o a quién. Al final, vino a mi lado
sin mirarme. Me atravesó.

Se desplomó el año, se rasgó el cielo; pasó apenas un segundo. Parecía hermosa,
conmigo, la mirada pálida, lánguida. No sonríe.
Yo tampoco.

La Tristeza sublimada y yo, ausentes, esperando;
mitad sin valor y mitad sombras de agua en el suelo.
Y la puerta cerrada.


20110711

De cómo desperté a la Belleza

¿Cómo explico que he entendido la belleza? ¿Cómo me lo puedo explicar a mí misma?
La belleza que está ahí para ser objeto de disfrute.
Por supuesto, no es una explicación causal, no echa raíces en ningún pensamiento lógico.
Abrí los ojos y la vi. La comprendí. Eso es todo. No quiero achacarlo al estado de mi cuerpo producto de algunas sustancias, porque no sería cierto.
Estaba tumbada boca arriba, fumando, mirando cómo las nubes se movían sobre las copas de los pinos. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí una paz que me transportó directamente a la infancia. Una tranquilidad que no puedo explicar sin recurrir directamente a la pureza de la niñez.
Y en la playa al atardecer, con el sol desplomándose en medio de la bruma costera, la belleza me perforó hasta dejarme medio muerta en la arena. Me alimenté de cada color y cada sonido, y me recogí en un trance de sensaciones durante cinco días.
Ahora, mientras el pelo todavía me huele a lavanda y a la frescura de la última de mis mañanas, me recreo en la belleza. Me siento parte de ella.
No es como uno de esos días en los que te levantas y te ves guapa en el espejo. A mí eso no me pasa.
En cambio, hay días como hoy en los que siento que llevo el pecho abierto de par en par, y voy por ahí perdiendo música y agua y pájaros que me salen volando de las entrañas. Voy por ahí soltando rayos de sol al amanecer, y playas de interminable agua fría y costas verdes. Llevo un cristal que refleja todos los colores, incluso los que no percibo a simple vista. Pero noto el calor y el peso en mi interior, y me reconforta.
Me siento un poco ignorante por no haber sabido entender todo lo que no descansa sobre el intelecto hasta ahora. Por haber recurrido siempre a la razón para tranquilizarme y darme fuerzas.
Finalmente, he conseguido cerrar las puertas de la percepción y abrir las del corazón. Estas palabras son solo los restos que han quedado atrás, mientras el aire nuevo del verano barría las telarañas.

20110704

It's time to make a deal

Desde que escribir me da dolor de espalda, esto ya no es lo mismo. Hoy yo venía a hablarles de cómo me encontré con el viejo Philo, y de cómo nos pusimos al día frente a un par de cervezas. De cómo se despidió de mí con una reverencia desde la puerta, y de cómo eso hizo que, de repente, recordara su viejo sombrero negro, ése que me gustaba robarle de cuando en cuando. Y luego, supongo que luego iba yo a hablarles a ustedes sobre mis pensamientos, y sobre mis reflexiones, y quizá compartir con ustedes un poco de poesía de frasco, algo como: Corazón de insecto / llamadas lanzadas al aire y / un poco de humo de segunda mano. Saben, antes escribir haikus era algo que me alegraba el día. Ahora me parece ridículo. Como Kerouac. Como el viejo Philo, que escribe tan mal que dan ganas de llorar; el viejo Philo, admirador de William Blake.
Aunque quizá no sea un movimiento demasiado ortodoxo, este orden mundial ya no me gusta. Permítanme ustedes el descaro de fusilarlo y desangrarlo. Todavía no sé por qué sustituir lo viejo y lo corrupto, lo gastado y lo indefinidamente infeliz. Pero denme tiempo, se lo ruego. Soy hábil resucitando palabrería fina. Puedo tejerles hermosas historias inmaculadas y escupirles un poco de cianuro en los tímpanos. Palabra de poeta -de las que no valen nada, ni siquiera el peso de una pluma sobre un charco de barro. Pero palabra al fin y al cabo. Saben, eso no tiene ninguna importancia ahora. No entraré a discutir asuntos acerca de la misión del poeta-liberador, o la atracción de los maudites ni nada de eso. ¿Que por qué? Pues porque, ¿saben ustedes?, en realidad yo no soy poeta.
Será lo primero que cambie en mi nuevo orden mundial. Que los cerdos se coman mi corona de laurel. ¡Yo no quiero ser poeta nunca más! Destriparé mi obra y la echaré a volar, con un ojo de fuego que la vigile y una lengua de plata que la acompañe. Después, seguiré deshaciéndome del viejo orden mundial por la ventana, sin un plan previo, probablemente con la misma vehemencia con la que un loco borracho toma una decisión. Pero no ocurrirá nada malo, porque será mi nuevo orden mundial. Los ceniceros caerán, y las colillas se desparramarán sobre las cabezas allá abajo como una plaga cetrina:
Fuera los cristales rotos a la víspera
y los trajes de gala,
la supervivencia convertida en otro ingenioso
juego de palabras y
el fuego de Prometeo
consumiéndose
en una vela arrugada.
¿Lo ven? Nadie se lamenta, nadie ha salido herido. Mi nuevo orden mundial rechaza la existencia del hombre como espíritu elevado y creador. La creatividad, señores, es basura. Sus trucos y giros lingüísticos no merecen mi aplauso, en absoluto. Si todavía se creen un poco intelectuales -¡por poco que sea!-, abandonen la sala en silencio antes de que mi nuevo orden mundial los arroje también a ustedes por la ventana.
A fin de cuentas, no estaría mal ser una golondrina, una golondrina, y andar por ahí volando y volando...

20110629

Roundabout

I guess I used to spend my lifetime drawing lines
straight
alive
breathless
-in a roundabout way-
across the dusty, tired ground.
I guess I used to understand
while going around in my own personal roundabout.
T'was all. T'was mine. I didn't need empty bottles or
everlasting nights.
Then I dreamed about a snake that bit me. It hurt. But I healed myself in silence
just turning.
I felt sick, fair lights around me
thinking about that last day on the sand, drunk
thoughts -my own personal roundabout;
full of colours, shades, old-fashioned tunes, looking glasses. Reflections
as sharp as nails going across the waste land.
T'was all. T'was mine. My own personal beautiful
mess.
I threw you away, Last Chance. Fuck off. Go away.
Leave me alone, all of you. I've never needed anything more than
my own personal roundabout.

20110627

Por amor al arte

Por amor al arte tengo que plastificarte
-créeme, lo lamento profundamente-
pero consuélate sabiendo que es todo parte
de un complicado proceso existencialista
para demostrar(me) ausencia y falta de tacto.
Pero antes, ¡fuera lo viejo y lo corrupto! Adiós
a las impresiones de luz sobre tu pelo desordenado;
que desaparezcan nuestras decrépitas virtudes
temblando de frío y olvido, de arena y de cenizas
y de todo lo que ha sido hecho para desvanecerse.
Y ahora, antes de irme –lo siento de veras- debo plastificarte.
Recuerda que es un favor que te hago, y que es todo alma y corazón,
y sangre; acuérdate de que hacemos esto por amor,
por amor al arte.

20110621

I'd swear th'was the place. So here I am: staring at the face of Nowhere.

Human being implies
to be.
That's so annoying.

I like writing in a language
that is not mine. It reminds me
nothing should be.

Samuel Beckett made it, and then
he wrote En attendant Godot.
Good for him. I've always loved that play (and Vladimir and Estragon)

I'm feeling anxious today. My hands
are trembling
while I write these words.

It's the same as when I sat
below my window and smoked. T'was summer.
The city lights were wobbling, too.

Now it's summer once again. I still
smoke below the window. I can see the
whole town, and the river in front of me.

There's always a season, and a window
and a couple of smokes waiting for me.
I've always taken it for granted - and that's how it is.

But it also reminds me I do not take it all
done - it's time, it's high time to
forget how to be and become nothing.

I wanna be no more and mix myself with the
whole town, the river, the window and
my couple of cigarettes.

I wanna become the smoke,
feel like smoke and the wobbling city lights
and disappear.

They won't find me.

20110620

Voilà!

¡He tenido una idea! ¡Tengo una jodida idea!
Es mía, canto y bailo: mía, mía, mía.
Os lo escribo en verso porque estoy contenta
y porque así es todo más artístico
y porque no conozco ningún motivo que
no me permita expresar mi alegría en el noble arte de Homero.
(Estoy contenta y soy pedante, ¿qué más se le puede pedir
a la vida?)
Ahora volveré un rato a Víctor Hugo, y después a mi café
y luego pienso abrir la libreta, estirar con cuidado
cada hoja, cada esquina doblada
y entonces desvirgaré a mi idea, y me
la follaré tan fuerte que la partiré en dos.
Cuando termine, recogeré los pedazos y me los comeré, o
me los colgaré de la cabeza para que todo el mundo la vea.
¡Mía, mía, mía!
Y me alejaré cantando y bailando calle abajo, mientras
el sol se pone y yo le escupo a la cara, y le acierto
sólo porque hoy he tenido una idea.

20110619

De habitaciones y noches en vela

Confieso que me miré de reojo en el espejo durante un rato en mi bar favorito para esconderme. Echando cuentas, cada vez que he necesitado un trago barato y sentirme deseada a los ojos de cualquier capullo de usar y tirar, he venido aquí. La música es buena y el camarero tiene unas piernas que me gustan. Además, la sensación de que nadie te conoce es impagable. Me siento como si me hubiera puesto la tarnkappe, o como si me hubiera hecho diminuta y transparente. Juego a hundir los hielos en el vaso con la pajita, pago y me voy a casa. Qué bendición.
Como decía, me miré al espejo evaluando el resultado de una noche poco convencional y una tarde de resaca menos convencional incluso. Soplé hacia arriba y mi nueva mecha morada se movió. Me dediqué una mueca y volví toda mi atención al vaso. Hasta que alguien atravesó la fina cortina del dulce aislamiento:
-¿En qué habitación estás ahora?
-¿Que en qué...? Venga ya, no pienso contestarte a eso.
Se ríe y me tira del brazo.
-¡Venga, venga! Yo creo que sé cuál es.
-Probablemente estés a punto de acertar -contesto, y bebo un trago-. Pero bueno, ¿cuál piensas que podría ser?
-Veamos -se echa el pelo hacia atrás y comienza a enumerar-: podría ser la pequeña habitación de las chorradas, ésa en la que guardas todo lo que dices que harás y nunca haces. Podría ser la habitación de "los estudios son lo primero"; podría ser la habitación de la música, llena de canciones y canciones... También está la habitación de los libros, y la de los ex novios -eso me hace reír, me los imagino a todos hablando al mismo tiempo; no puedo concebir un grupo más heterogéneo-, y ¡cómo olvidar la habitación de la pedantería!
-Creo que es mi favorita -le contesto riendo.
-También...
-Me queda claro -corto la frase, bebo y ella me lanza una mirada que no me gusta demasiado.
-Vas a decirlo en voz alta. Vas a aprender a reconocerlo.
-Ni de guasa, Pianocat.
-¡Vamos!
Me coloco el cuello de la camisa muy dignamente, miro el reloj y luego, la puerta. Acaban de entrar un par de chicas que dinamitan mi concepto de la estética. Después, me vuelvo hacia la barra, mi vaso y la confesión irresoluta.
-Chasco -contesto, finalmente-. Estaba en la habitación de la pedantería.
Nos reímos, y le pido al camarero una canción de Faith No More; pero al cabo de un rato suena The Cure, y no puedo estar más de acuerdo. Cantamos y bailamos, y yo pienso en mis habitaciones. Pondría otra para los planes descabellados, otra para los conciertos memorables, otra para la vida tras la resaca; otra tendría una inmensa foto suya en el primer concierto, con la camisa blanca y la guitarra, y la luz humeante y azulada que nos asfixiaba en medio noviembre, a oscuras en un antro donde aprendí a llorar. Y sé en qué habitación estoy ahora, y sé que eso me distrae y me da sueño, y hambre, y miedo. Pero lo espanto con la punta de la nariz, y se aleja deshaciéndose por la rendija de la puerta.
Hay una habitación que me asusta increíblemente; lucho contra ella cada día, y cada vez tengo la sensación de rodar cuesta abajo hacia un mar sin fondo, un mar de peces grises que no brillan jamás, sin sal y sin fuerzas y sin el bramido de la furia en su lecho. En esa habitación he colgado en medio de ceremonias a medio gas los retratos de Albert, Ernie, Tommy, Charlie, Hank, Jackie. Entro de puntillas y saco brillo a los marcos negros, limpio los cristales con piedad y al final me siento en el suelo, a pensar, en medio de esa inmensa habitación que lo ocupa todo. Normalmente me aterroriza pasar tiempo en ella, porque está llena de relojes y calendarios, mil y un impulsos del tiempo saltando por la ventana. Casi puedo ver al pequeño conejo blanco brincando de esquina en esquina, agitando el reloj y gritando que se hace tarde.
Se hace tarde.

20110616

Goddammit!

-¿Crisis, qué crisis?

Me dediqué a revolver frenéticamente el café, disolviendo con cuidado los pedazos de azucarillo que se desprendían. Maga me observaba desde lo alto de sus gafas negras:

-No sé por qué montas ese escándalo. Estamos en crisis y esto es un concilio.

-Venga ya, no hemos tenido una crisis en años. La edad te vuelve paranoica.

-No me digas… -murmuró, contrariada. Cogió su bolso del suelo y sacó algo que no pude ver; algo que golpeó la mesa haciendo un ruido de mil demonios. Mi taza saltó de su plato, desbordándose. El camarero tras la barra nos echó una mirada fulminante.

-Bueno, tranquilízate, ¿quieres? –le susurré bajando la cabeza.

Después me di cuenta de qué era lo que había arrojado en la mesa.

-Joder –exclamé-, tenías razón, estamos en crisis.

Era la libreta verde.

-Y bien –añadí tras un rato de silencio-, ¿qué pasa esta vez?

-Nos hemos quedado sin tema –fue toda su respuesta.

Me reí, nervioso:

-Maga, sabes que eso es imposible. Quiero decir, hay como mil millones de cosas de las que hablar. La gente nunca se queda sin cosas de las que hablar. Otra cosa es que no sepan cómo contarlas…

Pero ella no me contestó nada. Seguí adelante, más envalentonado:

-Tenemos el pasado. Tenemos el presente. Tenemos la ficción, y tenemos una combinación de los tres. Creo que lo estás magnificando.

-H. –Maga se revolvió en la silla y comenzó a jugar con su servilleta-, somos incapaces de prolongar una conversación que mantenga un mínimo de sentido. Apenas están formadas por frases telegráficas. No existe un contenido profundo en lo que decimos; no hay metafísica, no hay algo sugerido tras la denotación. A esto súmale varios años de retraso en la Obra Magna, y veremos.

No le dije nada, pero noté cierto escalofrío en el cuello. De los que preceden a la aceptación de una verdad muy grande y muy fea, vaya. Aún así, hice mi último intento:

-Todavía tenemos a Fígaro –Maga rehuyó mis ojos-. Todavía tenemos a Fígaro, ¿no? -insistí.

Maga se ajustó las gafas sobre la nariz y miró fuera, por la ventana.

-No tenemos una puta mierda.

20110612

De H.

Plantea usted mal el problema. No es una cuestión de vocabulario: es una cuestión de tiempo.
La Peste, Albert Camus



No sé en qué pensaba, Maga, cuando te pedí que te marcharas. Maga, ayer lo vi demasiado claro, tanto que tuve miedo. Creí que tú sabrías comprenderlo y te busqué por la noche. Recorrí las venas de la ciudad pálida y canté tu nombre a la entrada de las callejas que te cobijan. A veces me pareció verte dormida sobre la barra; me giraba y decía "ése es su pelo, ésa su blusa, ése el refugio". Pero otra vez me lo volví a imaginar.
Maga, la noche fue buena. Fue un alivio que esa gente no me conociera, y su indiferencia lavó el naufragio de mi rostro como un bálsamo. Después los olvidaré, y ellos a mí; eso me hace feliz. Cuando me di cuenta tenía a la madrugada acurrucada en mi cuello, con su ronroneo suave de amante satisfecha que jamás rinde cuentas. No bebí solo, y eso me entristeció en parte. Pero entonces recordé que ellos no van a volver, y me alegré de nuevo. Tampoco ella va a volver otra noche a mis brazos, Maga; apenas recuerdo cómo fue besarla o cuál era su olor, porque enseguida se marchó y yo le di las gracias. Ya no tendré que verla jamás, Maga, porque ni siquiera recuerdo su aspecto. Creo que era convencional, un tramo más de asfalto oscuro en la carretera de Ningún Lugar. Y por eso ahora no tengo miedo.
Después me fui a casa, Maga, todavía embriagado y dando tumbos. Me desnudé y caí sin fuerzas sobre la cama, con la tela fría en mis ojos como una mortaja de malos sueños. A la mañana siguiente desperté más temprano de lo habitual; enseguida sentí la punzada de la vergüenza en las manos, mi dolor característico en los días de resaca. Me levanté con la cabeza dando vueltas, y en el pasillo mis pies se enredaron con la alfombra. Entré al baño con la luz apagada y vomité toda mi culpa. Me saltaron las lágrimas contra mi voluntad, mi estómago se contrajo y las rodillas me flaquearon un momento. Me quedé quieto, de rodillas, como una estampa piadosa. Soy el mártir de los que no tienen nada de lo que quejarse. Soy la cabeza de un organismo podrido que se divierte en nadar entre mierda, que lo escupe hacia arriba y lo convierte en un estandarte de su propia miseria. Después, Maga, me levanté y me lavé la cara. Al final conseguí mirarme en el espejo, Maga, pero mi rostro no es ya ése que tú recuerdas. Mis ojos, Maga, mis ojos que lo eran todo se han hundido. Creo haberlos olvidado la otra noche; quizá se ahogaron en la playa, quién sabe si entre arena o sal. Sabes que el resto no me importa. Nariz, boca, pómulos, frente, cejas y demás accesorios siguen donde siempre; quizá la única diferencia son las arrugas, mitad ceniza y mitad desgana, que se hacen más profundas cuando frunzo el ceño. Mis ojeras se han vuelto intensas, más negras y amenazantes de lo que tú recuerdas. Pero sabes que lo único que me importa son mis ojos, y los he perdido. Al fin, qué victoria para aquellos rebeldes acartonados que me pagan las copas el fin de semana.
Maga, ayer por la noche vi demasiado claro, y demasiado lejos. Hubo un momento en el que apoyé el vaso sobre la barra, miré a mi alrededor y lo noté. Sabes a qué me refiero, ¿verdad? Claro que sí, tú estás hecha de madera y sangre, ves lo mismo que yo veo. Maga, yo no sé nada del ser humano, y me aproximo a él con mi cuaderno de notas como lo haría un científico estudiando un nuevo y fascinante insecto.
Maga, me he condenado a la deriva en cada bar, y escribir es lo que queda al final de la partida.

20110609

El pez dorado, genio y figura

A Lady Laula Pianocat, con todos mis muchos y variopintos afectos


El gran pez de oro y yo, frente a frente.

Contemplación casual, pero vívida. El pez

es un ejemplar hermoso, que toca el piano

mientras me observa atentamente

con sus brillos cóncavos rodeándolo como un manto,

una corona de rocío, una alfombra de algas pálidas

en la sala de música.

¡Qué pez tan singular! Es digno de admiración;

cada ser humano debería rendirle tributo.

Agita noblemente sus escamas sobre el terciopelo del escabel

cuando pulsa las teclas. Yo no puedo menos

que sorprenderme y exclamar: ¡qué pez! ¡Qué pez!

Pocos peces hay que toquen el piano; en cambio, este hermoso

ejemplar dorado es un gran intérprete.

Euterpe ha debido de ceñirle en sueños los divinos jirones

de la locura. Este pescado, señores, es un genio.

Lo serviré en una gran fuente de plata, con guarnición de patatas

y un chorro de limón, y otro de aceite:

perpetuaré al genio para siempre, en mi estómago.



PD: todo esto, realmente, viene a cuento de Claude Debussy y sus trabajos para piano.

20110606

Vacíos

Un poco como cuando te pide que te vayas

O te has puesto a escribir, y ya es tarde y todo está en silencio

O de repente estás sola y sin un duro a las cuatro de la mañana.

20110604

De otras ficciones humanas

La intimidad nos cogió completamente desprevenidos. Nadie más que ella estaba allí cuando llegué; unos llegaban tarde, otros no llegarían jamás. Acepté su presencia con una sonrisa muy amable, no fuera a ser que viera como se me erizaban los nervios en la nuca. Menudo panorama.

Echamos a andar sin una idea exacta sobre nuestro destino. Sugirió vagamente varias opciones, entre las que una destartalada tetería en la zona vieja de la ciudad me pareció la más agradable. Aunque no hacía frío, el día se sentía plomizo y perezoso, con un arrastrar de nubes sobre los tejados y el viento levantándose de cuando en cuando. La verdad, estaba más ocupado pensando en la climatología y el aspecto de la ciudad que en nuestro educado intercambio de banalidades y preguntas frecuentes. No parecía que fuera a llover, pero a veces el tiempo da esas sorpresas. Caminábamos por el borde de la playa, y yo observaba cómo el mar apagado apenas recibía luz para lanzar destellos. El atardecer pasaría sin pena ni gloria; cuando el sol no brilla con fuerza, los colores están tan mezclados que ninguno destaca. Lo cierto es que el panorama se perfilaba tan poco interesante como otras veces: algún claro súbito aquí o allá, el mar grisáceo y sin aliento, esa gaviota que siempre cruza el fondo de la postal.

La charla ligera, de la que no recuerdo absolutamente nada destacable, nos depositó a la entrada del local. Había estado otras veces, con Maga, pero no iba allí con frecuencia. Apenas había un par de personas, ambas sentadas en la barra. Atravesamos el piso de abajo y subimos las escaleras del altillo. Me gustaba mucho ese condenado altillo; los sofás eran requeteviejos, con el aspecto de haber sido rescatados del naufragio de algún contenedor. También había sillas blancas y desastradas, con desconchados en el barniz; una mesita de mimbre con revistas apiladas y huellas de café seco y pegajoso, otra mesa, más alta, debajo de la que dormitaba normalmente un enorme perro labrador, lámparas de pie, carteles de películas antiguas y una ventana que daba a un callejón en el que nunca ocurría nada interesante. Yo me senté en el sofá, y ella se sentó en una silla. Nos quedamos mudos de repente. Parecía un poco incómoda: se revolvió en el asiento, sacó el móvil y miró la hora, se rascó la nariz, se arregló el pelo, se colocó las pulseras, se alisó la falda de fruncido inalterable. A mí todo eso me divertía un poco, secretamente. Encontraba gracioso ser la causa de su incomodidad, y en el fondo deseaba incordiarla todavía más. Entonces llegó la camarera, y el ambiente tragó una bocanada de aire fresco.

-Café. Solo. Con un terrón de azúcar.

-Un té de canela, por favor –fantástica sonrisa de “soy-la-reina-de-las-relaciones-públicas”-. Con dos terrones.

Pero la máscara de divinidad enseguida perdió fuelle, y se encontró de nuevo un poco perdida. Joder, qué tía tan sosa, recuerdo haber pensado. Tan callada y tan banal cuando no lo está. Sí, mejor que no diga nada más. Eché la cabeza hacia atrás y contemplé el techo. Es una costumbre que permanece inalterable desde mi niñez. Encuentro los techos realmente interesantes: es un lugar poco frecuentado por la vista, y a veces esconde secretos fascinantes. Por desgracia, suele interpretarse como un gesto de indiferencia o pasotismo, y creo que así lo captó mi acompañante:

-Eh –mirada de pocos amigos en ristre-, ya sé que no tengo mucha conversación, pero no hace falta que te quedes ahí pasmando.

-Lo lamento –dije, y rápidamente me concentré en otros detalles de la estancia. Enseguida mi atención quedó completamente enjaulada en manos del relleno amarillo que se escapaba de un agujero del sofá; después, paseé un rato sobre el bordado del cobertor, salpicado de cestas de flores deslustradas y pequeños rotos.

Dejó escapar un bufido de incomodidad. Vale, confieso que me reí para mis adentros de sus escasos talentos sociales, pero realmente encontraba toda esa situación la mar de entretenida. Mientras decidía mi siguiente estrategia, sonó su móvil. Un tono de llamada espantoso, qué quieren que les diga.

-¿Diga…? ¡Jo, tía, al fin! Creía que ya te habías olvidado de mí. Mira que eres tardona, ¿eh? Estoy con H. en la tetería… no, ésa no, en la Madame Germain. ¡Venga, apura!

Damn it, pensé. ¿Eso es un triunfo? ¿Y cuál de sus amigas será? Siempre puedo procurar picar a las dos a la vez, si la otra es tan estúpida… Pero ahora me encuentro en inferioridad numérica. Necesito refuerzos.

Llegó al cabo de unos diez minutos, y vino sola. Les juro que me dio un brinco el corazón de pura alegría: era Therese, Therese VI la Fantástica, no una de las idiotas que suelen formar su cortejo. La vida a veces ofrece misterios inexplicables. ¿Por qué alguien como Therese se había hecho amiga de semejante tonta de capirote? Quién sabe. Pero en este caso me beneficiaba, así que me relamí de curiosidad. Los siguientes minutos podrían ser muy entretenidos.

Saludó a su amiga primero; abrazos y estrujones, y un intento por conducirla a la silla a su derecha. Pero Therese me vio, y se acercó a mí con una amplia sonrisa de interés. Le presenté mis respetos, y decidió sentarse conmigo en el sofá. Primer tanto para mí. Estúpida-número-uno se revolivó de nuevo en la silla.

El cotorreo invadió el altillo a la velocidad del rayo. Estúpida-número-uno pasó a narrar todos y cada uno de los eventos de la última semana, comenzando por una discusión con su novio y terminando con la tardanza de los que aún no han aparecido. Fue lo bastante educada como para evitar añadir un sonoro “¡Este imbécil me está amargando la tarde!”. Therese escuchó amablemente las quejas, introduciendo hábilmente movimientos de cabeza, interjecciones y otras expresiones fáticas. Tras semejante monólogo, Estúpida-número-uno decidió que era hora de ir al baño, y le pidió a Therese que vigilara sus cosas; a esto añadió una fugaz mirada de desagrado hacia mi persona. ¿Realmente esa foca ártica creía que iba a saltar sobre su bolso y saquearlo en cuanto me dejara solo? ¿Para robarle su BlackBerry rosa o su barra de labios de MaxFactor? En fin, al menos se fue y nos dejó solos. Therese me dedicó una de sus célebres sonrisas de medio lado y un suspiro ahogado de resignación. Me preguntó por mi vida, pero mostrando interés, no por simple cortesía. Enseguida nos enfrascamos en una de nuestras conversaciones interminables sobre cine. Ambos somos fans confesos de Marcello Mastroianni, y nos divertimos viendo películas de serie B de los años ’50. Mientras tanto, le habían traído su café, y aprovechamos para bromear sobre la eficiencia del servicio en ese miserable cuchitril. Therese miró a su alrededor complacida; era evidente que el sitio le gustaba. Antes de que Estúpida-número-uno volviera, le propuse tomar un café allí mismo otro día, “en algún momento en el que la conversación inteligente no se vea amenazada”, añadí. Se rió con picardía, y me advirtió con las cejas de que Estúpida-número-uno estaba subiendo por las escaleras del altillo. En vez de volver a su silla, se sentó entre Therese y yo en el sofá. Doble triunfo por parte de esa zorra: me había echado de su campo de visión y había logrado monopolizar la atención de Therese. Pero esto no puede quedar así, me digo, y comencé a hacer muecas, oculto tras la sólida cortina de sonido que formaba su cháchara. Therese apenas podía contener la risa; Estúpida-número-uno se estaba oliendo algo, y en un momento dado se giró bruscamente a mirarme; pero yo estaba absorto en mi actividad favorita, contemplar el techo. Trrring, su horrible móvil sonó por segunda vez en la tarde. Cogió el bolso con una cara de mosqueo increíble y salió del local para hablar. Probablemente para poder ponerme verde sin que yo estuviera delante.

Therese soltó una enorme carcajada, y yo otra. La velada estaba resultando divertida, aunque ojalá, pensaba yo, ojalá pudiéramos escaparnos de ella. Quizá cuando volviera a ir al baño podríamos irnos rápidamente. Pero claro, Therese era amiga suya, a fin de cuentas: sabía que podría irme cuando quisiera, pero no creía que Therese estuviera dispuesto a seguirme.

-Oye, H. –joder, ¿me leía la mente? Impresionante-, ¿qué te parece si nos escapamos?

-Me parece lo más sensato que nadie ha pronunciado en voz alta esta tarde –pero qué suerte tengo, qué suerte tengo-, ¿pero qué hacemos con Lady Cancerbero en la puerta? Estará encantada de perderme de vista, pero a ti no te dejará irte. O se vendrá con nosotros, solo para fastidiar.

Therese me miró con un plan astuto asomando bajo las cejas. Hizo un leve gesto hacia atrás: concretamente, hacia la ventanita que daba al callejón en el que nunca pasa nada interesante. Dios mío, tuve ganas de besarla. Era jodidamente inteligente por su parte. La ventana era lo suficientemente amplia y además, no estaba muy alta, ni siquiera estábamos en un primero. Miré hacia la puerta: ni rastro de la camarera, solo un viejo cabizbajo sobre su periódico en la barra. Estúpida-número-uno hablaba fuera por el móvil, sin imaginarse nuestras maquinaciones.

El pestillo estaba un poco duro, pero conseguimos abrirlo sin dificultad. Me ofrecí a saltar primero y recogerla cuando cayera, pero se me adelantó. Enseguida, el sonido de los pies chocando contra el pavimento, y un gesto de Therese. Todo va bien. Eché un último vistazo hacia atrás y salté. La trompeta de Miles Davis nos dijo adiós desde la ventana entreabierta: Bye bye, Blackbird. Corrimos por la calle antes de que Estúpida-número-uno nos encontrara. Al doblar la esquina me paré en seco, y Therese conmigo. Nos miramos en un segundo congelado, en una pantalla de restos de luces, en una corona de flores de mayo.

-Nos hemos olvidado de pagar los cafés…

La carcajada y nuestros pasos sobre el pavimento nos persiguieron cuesta abajo, hacia el corazón de la madrugada. Después de todo, parecía que esa noche no iba a llover.