El pie sobre el acelerador parece plomo. Aprieto, aprieto, va a fondo, pero la aguja no sube. Los coches zumban a derecha e izquierda. Poco a poco se mueve. 50, 60, 70… Veo el hueco, giro a la derecha, pero un todoterreno aparece de la nada cortándome el paso. Me hace pegar un volantazo para no comérmelo. ¡Gilipollas, gilipollas…!, grito, y en realidad estoy temblando y sudando y el corazón me va a mil por hora. Entonces veo el final del trayecto, y mi carril es el único que termina en el mar. Conduzco hacia mi fin a 160 kilómetros por hora.
La adrenalina producida me despierta de un latigazo. Palpo las mantas a mi alrededor y durante treinta felices segundos me alegro de no ser pasto de peces. Pero después -¡plop!- la realidad me agarra de los cojones y tira hacia abajo. No, no, no. La falta de dinero y nicotina me empujan de vuelta al colchón, que chirría al recibirme. Quizá no haya sido el mejor momento para dejar de fumar, pienso. Miro al techo. Cada dos minutos un destello golpea la lámpara y se recoge de nuevo. No sé de dónde viene.
Estiro las piernas y las vuelvo a encoger por culpa del frío. Un curro, tengo que conseguir un curro. El tacto de la almohada en mi cara es un agujero helado. Un curro, un curro de mierda. Las sábanas, la colcha, toda la cama es de hielo. Un curro de fin de semana, cuatro horas mal pagadas. Qué frío hace, joder. Cualquier cosa, cuidar críos, aplastarles la cabeza, vender mi alma a alguna ONG a cambio de quinientos pavos. QUÉ PUTO FRÍO. Basta.
Ella dijo “te vas a morir sola”. Bostezo y doy otra media vuelta en la cama. Ella lo dijo, sí; y luego conocí a Beam, que dijo “¡Ni hablar!”. Beam es muy bueno conmigo, es verdad. No sé cuánto tiempo voy a tardar en cagarla, pero con lo bueno que es, seguro que no demasiado. Además, Beam es un lastre que me mantiene pegada a esta porción miserable de suelo. Qué fácil era todo esto hace unos meses, cuando era yo. Sin nadie a quien rendir cuentas cuando decidiera irme.
Por eso necesito el trabajo, porque me voy a cruzar el mar. A fregar sus platos y limpiar su mierda; a juzgar y a ser juzgada por sus cánones ancestrales. Vaya por Dios, pienso, ni por un asomo, por nada del mundo iba yo a dudar ahora. ¿Recuerdas? ¡Que se jodan todos, su vida por el sumidero! Y ahora estoy aquí, entre estas sábanas de hielo, con mono de nicotina desde hace dos días porque no tengo dinero para fumar porque necesito la pasta para mover mi culo a un sitio que es tan mierda como este.
Joder, cogería a Beam y me lo llevaría conmigo sin dudarlo. Recuerdo una de nuestras primeras conversaciones: hice algún chiste estúpido sobre Dostoievski, creo, y él no tenía ni idea de qué estaba diciendo. Ni Dostoievski, ni Tolstoi, apenas Shakespeare. Nada de Dante, desde luego. Y estoy diciendo… ¡quiero llevarme a fregar platos conmigo a alguien que no ha leído jamás literatura rusa! En qué momento he perdido el norte, Dios mío. Qué me pasa.
Realmente me voy. Me voy me voy me voy me voy. Y no quiero volver por aquí. A la mierda el contrato de estudios. Me quedaré fregando sus putos platos y barriendo su puto suelo.
¿Y saben una cosa? Estoy acojonada.