20110328
20110326
Humano, demasiado humano
Tengo más recuerdos que en mil años de vida
Charles Baudelaire
Estaba entre cuatro hombres borrachos, solteros y feos. Pensé: “menudo panorama” y le di un trago a mi cerveza. Dos de ellos cantaban de manera escandalosa, otro intentó tocarme la pierna derecha en varias ocasiones. Pero al menos me pagaban las copas. Lo único que yo debía hacer a cambio era jalear un poco para animar el ambiente, y me dejarían seguir bebiendo de sus asquerosos vasos. Al menos eran unos caballeros que sabían lo que significa una bofetada: no me toques, capullo. Idioma universal.
Bajamos a la barra a pedir otra ronda. En el bar no quedaba ya mucha gente, se acercaba la hora de cerrar. Eché un vistazo: las caras de siempre, el nivel de alcohol en sangre recomendado para la hora. La fauna habitual con sus gemidos, quejas y escepticismos, el pack completo. Y es cierto, uno podría quejarse (si no lo hace ya) de la rutina terrible que hace que se te caigan el pelo, los dientes y los cojones; de la monotonía y las desilusiones y la soledad. Al fin y al cabo, todos nos quejamos. El ser humano es un mamífero que aprendió a hablar diciendo “¡Ay!”; de la cuna a la tumba no hacemos otra cosa que ruido, ruido y ruido. Pero sin demasiados frutos secos, claro –ahí Shakespeare estuvo ágil.
La increíble falta de carácter y voluntad de esa marabunta desmoronada me abruma*. Uno mi voz al coro de juramentos que prometen al vaso que un día de estos se largarán lejos, mucho, a la otra punta del globo, y desde allí mandarán una patada telescópica al culo de su tierra natal. Pero claro, no puedo fingir que no formo parte del colectivo humano –selecto Club de la Queja-, incluyendo la falta de actividad y la apatía enquistada. Lo cierto es que hasta la fecha ninguno de los allí presentes nos hemos esforzado lo más mínimo en busca de resultados. En fin, ninguno de mis borrachos del alma va a despegar el culo del suelo materno ni va a encararse al mundo de momento. No por cobardía, sino por exceso de humanidad.
Y en todo esto pensaba yo mientras me bebía aquella cerveza, rodeada de cuatro hombres borrachos, solteros y feos.
*¡Ay, pero si parezco Rubén Darío**! ¡Viva el Modernismo!
**Nótese que la frase marcada posee una aliteración, de ahí la referencia a Darío.
20110325
Purga
Now those memories come back to hurt me
They hurt me like a curse
The river, Bruce Springsteen
Menuda manera de perder el tiempo
Contando gatos o estrellas o granos de mar.
Sabes, nunca se me ocurrió pensar
-hasta hoy-
en ese cancerbero custodio de mis ideas
que está ahí, que me mira y pregunta con las orejas
si hoy volveré a tiempo para recoger
una o dos.
Que llega la primavera, que están naciendo de nuevo.
Por olores las distingo. Son mías
-pero como si no lo fueran-.
Unas están vivas, lo noto. Otras, en cambio,
se ahogan, se pierden en resentimiento, negándose a nadar.
Cantan, lloran, todas celebran
la salida del sol tras la tempestad.
Yo las miro en silencio, a través del muro que he construido
para que no me alcancen, para que me dejen
en paz.
¿Y qué? Despediré al cancerbero, le daré su paga del mes
Y ale, fuera!
Y a las ideas me las comeré -Cronos hastiado-, o las tiraré al mar.
Que ya llega la primavera, vamos a quemar el luto del invierno
20110323
I know the pieces fit
‘cause I watched them fall away
Schism, Tool
PRIMER CUADRO: Un par de personas que caminan por la calle (chico y chica). El chico lleva un paquete de galletas. Charlan animadamente; él ríe de vez en cuando, ella hace aspavientos todo el rato. No parece que tengan un rumbo marcado. Giran a derecha o izquierda según les apetezca.
SEGUNDO CUADRO: Interior, día. La ventana de la habitación está abierta; la chica1 fuma a su lado, sentada a la mesa. La chica2 está tumbada en la cama. El chico, tumbado en el suelo; también fuma. Los tres hablan, pero el ambiente se vuelve tenso a ratos.
TERCER CUADRO: Exterior, día (pero al atardecer). Los tres sentados en un parque, sobre la hierba. Arrojan flores al aire y cantan. Música melancólica.
CUARTO CUADRO: Interior, noche. Una llamada telefónica sin pies ni cabeza. Silencio incómodo. Música de Psicosis. La chica respira hondo, busca ese-disco-de-Bon-Iver-en-concreto y decide ponerse manos a la obra.
(En esta película no se escriben los diálogos. No es exactamente un documental, aunque podría ser un buen retrato de costumbres. Qué sé yo.)
“Últimamente quiero escribir a todas horas, en todo momento y lugar. Siempre lo he necesitado, pero ahora se ha convertido en una extensión de mi cuerpo, y eso me gusta. No es un talento a observar sino un órgano multifuncional, una especie de sensor que me recuerda el olor de las situaciones cuando ya empiezan a desvanecerse. Ejemplo: exterior, día. El aparcamiento de una facultad; huele a aire nuevo, a mar que vuelve a casa y a sol que me calienta la espalda. Se me duerme una pierna. Me levanto, doy vueltas, pido un cigarrillo, pido un mechero, me siento, escribo otra vez.
Interrupciones estúpidas. Uno tendría que encerrarse en sí mismo hasta que pase el temporal. Por cierto, debería prohibirse la gente pesada que se empeña en husmear lo que apuntas. Mind your own business, bitch. Es privado, algo entre yo misma y mis tropecientos álter-egos bien educados. Saltan y dan palmas a la vez -¡una gozada!
Los diálogos, decía, no se escriben en esta película. Pero son lo más importante. Claro que son lo más importante. Me pregunto qué habría pasado si el ser humano careciera de la capacidad de comunicarse (aparte de habernos ahorrado mil problemas y haber dejado a Chomsky sin trabajo, claro). Yo no estaría escribiendo ahora. Así que me consagro a la evolución, le sacrifico un par de ovejas al hado y todo resuelto. No vaya a ser que un día despierte y haya olvidado cómo completarme.
Mantengamos, pues, la necesidad/existencia de la comunicación. Si yo no estuviera escribiendo ahora, otro idiota lo estaría haciendo en mi lugar. Es arriesgado decidir si lo haría mejor o peor, si recordaría acentuar todas las partículas interrogativas indirectas o colocar bien las comas. Pero estaría comunicando algo, y eso presenta siempre un valor inherente. Otra cosa es que decidamos reírnos en su puta cara porque sea una puta mierda –como en la mayoría de los casos. Por suerte para la raza humana, conozco un buen puñado de gente que nos salvará de la mediocridad literaria.”
CUADRO QUINTO: Interior, noche (el mismo de antes). La chica se rasca el cuello, decide que algo no funciona y sustituye el disco de Bon Iver por otro de Nick Drake. “¡Ah, esto está mucho mejor!”. Música de clarines.
“La escritura surrealista (escritura automática, composición de cadáveres exquisitos) es probablemente el método más maravilloso jamás creado por el hombre. Ni fluir de la conciencia ni diario ni distanciamiento: la sinceridad con el subconsciente (sin mezclar a Freud en esto, no vayamos a desvirtuar los términos). Pero, ojo: absténganse “contenidistas”. Esto es nuestro territorio, dominio de los chalados amantes de la forma. L’art pour l’art, the art for its own sake.
-Si tú me sostienes, yo te sostengo.
-¡Trato hecho!
Y así se va sobreviviendo, poco a poco, día a día. He aprendido a medir el tiempo en copas (y vasos, litros y chupitos) para no tener que usar reloj. No me va mal, aunque a veces me duelen un poco las rodillas –será por la edad, digo yo. También he decidido prescindir de los lazos familiares y sentimentales, de usar un dentífrico a la moda o de aprenderme de una vez por todas el camino de vuelta a casa. Total, para qué. Mientras quede un agujero en la ciudad, podréis encontrarme. Mi cuerpo se sostiene a base de café y conversación. No es difícil dar conmigo; lo difícil es verme, atravesarme (¡no podéis, no podéis! ¡Rendíos!). No sé pedir perdón ni dar las gracias, nunca supe hacer el pino ni atarme los cordones de las botas, jamás sabré qué hacer cuando la ocasión lo requiera. Pero podréis encontrarme. Mientras quede un ápice de lenguaje humano en pie, estaré ahí para comérmelo y destilarlo, como una clase extraña de planta que practica la fotosíntesis verbal. Hablar o escribir, qué más da mientras me mantenga en pie al final de cada noche.
(Pero bueno, no hay que ponerse líricos. Es malo para el cutis; además, por nada del mundo un tío duro abandona su imagen de tío duro (¿a que no?). Y yo soy de los más duros a este lado del sol.)
Cuando gane el Nobel de literatura, vendrá algún crítico soplapollas a leer entre líneas todo lo que hago, incluso la lista de la compra. Pero no hay nada entre las líneas: lo que hay son –precisamente- líneas. El significado está ahí, ni al norte ni al sur. Y ésto es tan fácil que seguramente caerá en el examen.”
Atte., Jackie Miller (atenta desde la mente o lo que le queda de ella).20110322
20110320
La estufa, la tuerca y el reloj parado
Solo en el tiempo se conquista el tiempo
T.S. Eliot
Empapada como estaba aquella extensión de la Maga, no dudó en buscar amparo al lado de la estufa. La lluvia la había sorprendido lejos de casa, dando vueltas por calles no reveladas y tristes burbujas de vino tibio. A la extensión de la Maga le parecía que la estufa quemaba sin calentar. Le dolían los huesos por la humedad; tan calada y hastiada y cansada de los aguaceros y de no entender los carteles a su alrededor. Y al mismo tiempo le ardía la piel, abrasada y cubierta de ampollas y llagas.
No. La extensión de la Maga no existe fuera de este papel. Perdido el reino, perdidos los guantes. Es fácil. Se consumía de fiebre mientras moría de frío; hasta ese punto resultaba contradictoria. Eso también es fácil. Seguía visitando las librerías y soñando con personajes de ficción, enterrada hasta las sienes en canciones de radio vieja. No soñaba ya –no era Fígaro, era la extensión de la Maga.
Tampoco había ya Oliveira. Su Oliveira estaba en Londres, no en París ni en Buenos Aires. Rocamadour murió antes de existir siquiera, y dejó un regusto amargo de ausencia no concluida. Así pintaba el porvenir para la extensión de la Maga: blanco. Nadie entendía esto, incluso a ella se le escapaba a veces. Tomó prestado a Sabina aquel diccionario, pero por más que husmeó no pudo sacar nada en claro. Por las noches pensaba, ejercitaba sus pasiones en el ardua tarea de la súplica; pero todo ese esfuerzo se desgarraba entre los dedos de la Aurora. Así que durante el día apenas era un trozo de madera con pelos –así que durante la noche, criatura que siente y padece. Y cuando le hurtaba al Leteo cantidad suficiente de olvido, recordaba. La extensión de la Maga era como un reloj tonto, de esos que funcionan hacia atrás. El tiempo se le escurría por la frente en forma de gotas de vino, se la perlaba como una corona de espinas. Entre tanto (y tanto), esto y aquello, bebía para calentarse los huesos fríos, trémulos de botones y tornillos y tuercas que se le caían al caminar.
No sientan ustedes piedad por la extensión de la Maga, porque es ficción y las ficciones son cosa de papeles y libros enormes en bibliotecas públicas. Que no les dé lástima, porque además es mala literatura, una ficción que cojea y tiene que llevar gafas de culo de vaso. La extensión de la Maga está ciega por vivir y no se encuentra. Se maniata de ojos y piernas para luego lamentarse de su caída. Cuando se le rompan las gafas de una vez por todas y choque contra una pared, o la arrolle un autobús, entonces quizá se meta en su libro para siempre, se envuelva en retales de poesía y decida dormir. Buenas noches, mundo. Es por eso que a ustedes no debe darles pena la extensión de la Maga, porque es una brújula mal imantada que corre ciega hacia el oeste. No sirve ni de ficción, imitada o sin imitar, virgen o puta, caballo o torre.
No me es dado a revelar qué hacía la extensión de la Maga vagando sola aquel día a altas horas de la madrugada, ni por qué la sorprendió la lluvia, ni por qué le olía el pelo a ginebra. Tampoco sé cómo se encontró con aquella estufa que quemaba sin calentar. Lo que sí sé es que cuando se hartó de aquel ardor, aquella quemazón puntiaguda, del frío y del blanco de las noches le propinó una buena patada a la susodicha puñetera estufa.
Cuando la encontré en ese bar de los fines de semana estaba terminándose el brandy. Llevaba la cara quemada y las manos frías, como de muerta. Me miró vacía por encima del vaso, guiñó un ojo al aire y salió despacio, arrastrando los pies, perdida probablemente en la inmensidad de una ficción hacia ninguna parte. Es que creo que se le rompió el resorte de dentro del pecho, y ahora su vida no marca bien las horas. Quise decirle que no podía estar triste porque era de día –y le tocaba ser de madera, un ídolo literario-, pero la perdí de vista.
Ahora anda por ahí perdida. Pobre. Además de idiota y cegata y coja, reloj parado.
20110303
La niebla
-¿Te molesta el humo?
-No- me mira con sus ojos enormes-, no me molesta.
Momento de silencio. La miro de reojo. Contempla absorta la punta de sus zapatos. El charol refleja las luces de la calle como un charco de neón. Ahora se coge el borde del vestido y lo pliega, nerviosa. Mira a su alrededor, vuelve al vestido. Calle, vestido, gente, pliegues, coches, lazo. Se gira hacia mí y tira de mi abrigo. El cansancio le va tejiendo una telaraña de hastío en la frente; arruga la nariz y lo suelta de nuevo:
-Lorr, ¿cuándo volvemos a casa?
Ladeo la cabeza y le sonrío levemente; piensa que me estoy burlando de ella y arruga aún más la nariz. Luego baja la cabeza de golpe, enfurruñada. El gesto me recuerda a mí misma hace no tantos años.
-En cuanto Alice vuelva. No debe de faltarle mucho…- intento acariciarle la cabeza, pero rehúye mi mano. Está agotada. Normal. No sé en qué estaba pensando cuando decidió traerla consigo, al medio de ninguna parte.
Otro momento de silencio. Se revuelve y decide perdonar mi falta de respeto de hace dos minutos:
-Lorr, estoy cansada.
-Creía que no me volverías a hablar jamás.
-Es que estoy tan cansada que no me apetece seguir odiándote.
-Quizá otro día- ironizo.
Me mira con ojos opacos, intentando adivinar. Intentando saber. Creo que no es el día adecuado para marearla con juegos de palabras y dobles sentidos. La pobre se cae de sueño.
Termino el cigarrillo y lo tiro ante ella, para que lo pise. Es un pacto implícito entre ambas: yo fumo, ella remata el trabajo sucio. Somos un buen equipo.
-Eh, princesa, ven aquí. Voy a enseñarte algo.
La aúpo para que pueda ver la luna, que ya sale entre un banco de nubes. Sé que le encantan ese tipo de estampas. Si no estuviera tan cansada, la llevaría a pasear por el casco histórico. Le enseñaría las iglesias, las plazas, las callejas.
-Me gusta- mira la luna y sonríe. Apenas noto su peso en mis brazos.
-¿Comes bien últimamente? ¿Te falta algo?
-No, estoy bien. Ayer Alice preparó macarrones con queso. Estaban muy ricos.
-Me alegro, princesa –de nuevo, silencio. -¿Cómo se encuentra? ¿Ha mejorado?
-¿Mejorar? -ojos empañados que no entienden- No lo sé. Está triste. Llora todo el rato -después en voz baja, en mi oído-; yo también estoy un poco triste.
Las dos nos quedamos calladas. Ha apoyado su cabecita en mi hombro; su respiración se relaja. Busco algún sitio seco donde podamos sentarnos: un banco, un bordillo, el alféizar de un escaparate. Finalmente encuentro unas escaleras que no han quedado expuestas a la lluvia de hace unas horas. Ella se revuelve en mis brazos cuando me dejo caer. La verdad es que también estoy agotada. Ha sido un día de mierda. Lo del desayuno no tuvo nombre; me quedé con ganas de explicarle a Albert cuatro cosas bien claras. Después, el viaje; ahora Alice llega tarde.
-Lorr -su voz surge de las profundidades del sueño-, Lorr, préstame palabras. Palabras de las que tú sabes, de esas largas que brillan en la oscuridad.
-Oui, mademoiselle.
-¿Me das un cigarrillo?
Me río.
-Los niños no fuman, princesa. Espera a los catorce, como hice yo.
-Bah… solo me quedan… me quedan… -echa cuentas con los dedos- ¡Solo me quedan ocho años! Anda, porfa porfa porfa…
Le tiendo la cajetilla pensando en todas las posibilidades que tengo de ir a la cárcel. ¿Es delito dejarle fumar a una niña de seis años? Bueno, no soy responsable de su personita, al menos no ante la ley. Aunque podrían echarme el guante por corrupción de menores…
Nina no sabe encender el mechero. Lo cojo y le pido que haga pantalla con sus manos nerviosas, con sus dedos largos de pianista:
-Ahora tienes que darle una calada, para que se encienda bien.
-¿Una qué?
-Aspira. Chupa el aire, pero no babes el filtro. Que después es un asco.
De pequeña tenía un muñeco de Mickey Mouse que se ponía rojo si le apretabas la barriga. Nina me recuerda a él y suelto una carcajada mientras ella tose y tose y tose. Ya sabía yo que el experimento fracasaría estrepitosamente.
Me mira con los ojos llenos de lágrimas, con rencor:
-¡Pero si es un asco!
-Y además te mata a largo plazo.
-Pues no fumes- dice, furiosa; me quita el cigarrillo de las manos, lo arroja al suelo y lo pisa con violencia. Después me mira, infinita tristeza.
-Lorr, no quiero que te mueras. No… no quiero.
-Yo no me muero, princesa. No me muero.
Me abraza con fuerza, colgándose de mi cuello. Permanecemos así durante un rato largo, no sé cuánto. Supongo que ella ha tenido un día terrible también, quién sabe si peor que el mío.
De la iglesia de Santo Domingo resbalan nueve campanadas. Inmediatamente le replican otras nueve desde la de San Francisco. Hay poca gente en la plaza; hace frío y el cielo aún amenaza lluvia. Y Alice no llega. No llega nunca, jamás.
-Lorr –Nina se enjuaga los ojos-, Lorr, dijiste que me prestarías las palabras.
Allá va. Me concentro y la envuelvo con cuidado, con jirones de luz y pájaros que traen la primavera, con flores y agua cantarina, árboles y cuentos fabulosos. Así debería ser siempre, princesa, y me estremezco al pensar…
-Bueno –sus ojos empiezan a brillar; la chispa de comprensión-, bueno, creo que ya lo tengo.
Me debilita concederle mis palabras; me vuelvo por momentos como una sombra, una sábana tras la que se deslizan mi pulso y mis movimientos. Agitada al aire como una mueca deforme, un alto el fuego. Pero Nina las necesita, tiene que hablar. Aunque solo yo pueda escucharla. Alza la cabeza, mira alrededor y clava en mí sus pensamientos. La atraigo hacia mí hasta que mi cara queda hundida en su pelo claro. Y empieza.
-Hoy ha sido un día de mierda, cierto. Albert ha hecho eso otra vez, ya lo has visto. Me pregunto en qué piensa cuando dice todas esas tonterías. ¿Se las cree de verdad? Normalmente nadie le hace caso, pero Alice no tenía el día para aguantarse. Han discutido y ella ha dicho cosas terribles, como las que me dice a mí cuando se me olvida secar los platos o hacer los deberes. Solo que Albert-cabeza-hueca, en vez de callarse, ha alzado más y más la voz. Luego Alice se ha encerrado en el baño y ha sido la abuela la que me ha tenido que acompañar a coger el autobús del colegio. Creen que yo no entiendo, y es verdad –levanta la cabeza y me mira fijamente-, la mayoría de las veces no comprendo qué está pasando. Pero no soy tonta, Lorr. Ah, no. De tonta no tengo un pelo…
Sus palabras se pierden en la plaza, minúsculo hilo de luz en la inmensidad de la noche.
-Alice no va a venir, ¿verdad? –su voz suena extraña ahora. No parece ella.
-Es cierto que tarda, pero no creo que se haya olvidado de que su hija está aquí- bromeo, y la abrazo de nuevo. Me aparta bruscamente, en un gesto desesperado. Está pálida bajo las farolas, con los ojos hinchados y una mueca grotesca en la boca. Me he quedado de piedra, no sé qué decirle ni cómo reaccionar. Da dos pasos hacia atrás y de pronto rompe a llorar. Quiero consolarla y llevármela conmigo, pero hay una grieta que nos separa. La plaza desierta se torna amenazadora.
-¡No soy tonta, Lorr! No podéis engañarme más, no podéis retenerme. Alice no va a venir… No va a venir porque está muerta –solloza.- ¡Yo lo sé! ¡Hoy, en el baño! ¡Gritaba! ¡Muerta, muerta, muerta!- y cada palabra la desgarra un poco, nos desgarra a ambas. La distancia se hace mayor. Los edificios comienzan a derrumbarse y Nina chilla. Un alarido largo, en forma de serpiente, que se lanza hacia la luna estallando en una llamarada negra. Empiezo a deshacerme, y ella está sola, se queda sola otra vez.
-Nina, Nina –la llamo desde el otro lado del abismo que nos separa-, despierta, es solo una pesadilla… Solo una pesadilla… -y mi voz se pierde en el torrente de imágenes de su subconsciente.