Desde que escribir me da dolor de espalda, esto ya no es lo mismo. Hoy yo venía a hablarles de cómo me encontré con el viejo Philo, y de cómo nos pusimos al día frente a un par de cervezas. De cómo se despidió de mí con una reverencia desde la puerta, y de cómo eso hizo que, de repente, recordara su viejo sombrero negro, ése que me gustaba robarle de cuando en cuando. Y luego, supongo que luego iba yo a hablarles a ustedes sobre mis pensamientos, y sobre mis reflexiones, y quizá compartir con ustedes un poco de poesía de frasco, algo como: Corazón de insecto / llamadas lanzadas al aire y / un poco de humo de segunda mano. Saben, antes escribir haikus era algo que me alegraba el día. Ahora me parece ridículo. Como Kerouac. Como el viejo Philo, que escribe tan mal que dan ganas de llorar; el viejo Philo, admirador de William Blake.
Aunque quizá no sea un movimiento demasiado ortodoxo, este orden mundial ya no me gusta. Permítanme ustedes el descaro de fusilarlo y desangrarlo. Todavía no sé por qué sustituir lo viejo y lo corrupto, lo gastado y lo indefinidamente infeliz. Pero denme tiempo, se lo ruego. Soy hábil resucitando palabrería fina. Puedo tejerles hermosas historias inmaculadas y escupirles un poco de cianuro en los tímpanos. Palabra de poeta -de las que no valen nada, ni siquiera el peso de una pluma sobre un charco de barro. Pero palabra al fin y al cabo. Saben, eso no tiene ninguna importancia ahora. No entraré a discutir asuntos acerca de la misión del poeta-liberador, o la atracción de los maudites ni nada de eso. ¿Que por qué? Pues porque, ¿saben ustedes?, en realidad yo no soy poeta.
Será lo primero que cambie en mi nuevo orden mundial. Que los cerdos se coman mi corona de laurel. ¡Yo no quiero ser poeta nunca más! Destriparé mi obra y la echaré a volar, con un ojo de fuego que la vigile y una lengua de plata que la acompañe. Después, seguiré deshaciéndome del viejo orden mundial por la ventana, sin un plan previo, probablemente con la misma vehemencia con la que un loco borracho toma una decisión. Pero no ocurrirá nada malo, porque será mi nuevo orden mundial. Los ceniceros caerán, y las colillas se desparramarán sobre las cabezas allá abajo como una plaga cetrina:
Fuera los cristales rotos a la víspera
y los trajes de gala,
la supervivencia convertida en otro ingenioso
juego de palabras y
el fuego de Prometeo
consumiéndose
en una vela arrugada.
¿Lo ven? Nadie se lamenta, nadie ha salido herido. Mi nuevo orden mundial rechaza la existencia del hombre como espíritu elevado y creador. La creatividad, señores, es basura. Sus trucos y giros lingüísticos no merecen mi aplauso, en absoluto. Si todavía se creen un poco intelectuales -¡por poco que sea!-, abandonen la sala en silencio antes de que mi nuevo orden mundial los arroje también a ustedes por la ventana.
A fin de cuentas, no estaría mal ser una golondrina, una golondrina, y andar por ahí volando y volando...