20110911

5:32 a.m.

Otros – mucho

antes que yo

lo predijeron: la existencia

de la carne (podrida) y

el alma (cristal vacío).


Yo no me atreví ni a respirar.

La tormenta pasa arrastrándose, exangüe;

empaña con su aliento húmedo

el latón viejo del cielo

-llamas y ceniza bailando en su reflejo-

El cielo viejo, sí, rojo, muerto

que se come al Sol y después arde.


No me moví. Mis manos, siempre

en silencio, se llenaron de sangre.

No lloraré. Pero esa sangre

era mía.

Por resistir os entregué hasta mi levedad.

Quién sabe qué venenos me habitan

ahora, saco de huesos

y humores podridos.


En realidad,

lo único que me queda por ofrecer

es, además del etanol

- lengua fría de la medianoche-,

mi propia vida.


Qué insignificante.


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