Otros – mucho
antes que yo
lo predijeron: la existencia
de la carne (podrida) y
el alma (cristal vacío).
Yo no me atreví ni a respirar.
La tormenta pasa arrastrándose, exangüe;
empaña con su aliento húmedo
el latón viejo del cielo
-llamas y ceniza bailando en su reflejo-
El cielo viejo, sí, rojo, muerto
que se come al Sol y después arde.
No me moví. Mis manos, siempre
en silencio, se llenaron de sangre.
No lloraré. Pero esa sangre
era mía.
Por resistir os entregué hasta mi levedad.
Quién sabe qué venenos me habitan
ahora, saco de huesos
y humores podridos.
En realidad,
lo único que me queda por ofrecer
es, además del etanol
- lengua fría de la medianoche-,
mi propia vida.
Qué insignificante.
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