Plantea usted mal el problema. No es una cuestión de vocabulario: es una cuestión de tiempo.
La Peste, Albert Camus
No sé en qué pensaba, Maga, cuando te pedí que te marcharas. Maga, ayer lo vi demasiado claro, tanto que tuve miedo. Creí que tú sabrías comprenderlo y te busqué por la noche. Recorrí las venas de la ciudad pálida y canté tu nombre a la entrada de las callejas que te cobijan. A veces me pareció verte dormida sobre la barra; me giraba y decía "ése es su pelo, ésa su blusa, ése el refugio". Pero otra vez me lo volví a imaginar.
Maga, la noche fue buena. Fue un alivio que esa gente no me conociera, y su indiferencia lavó el naufragio de mi rostro como un bálsamo. Después los olvidaré, y ellos a mí; eso me hace feliz. Cuando me di cuenta tenía a la madrugada acurrucada en mi cuello, con su ronroneo suave de amante satisfecha que jamás rinde cuentas. No bebí solo, y eso me entristeció en parte. Pero entonces recordé que ellos no van a volver, y me alegré de nuevo. Tampoco ella va a volver otra noche a mis brazos, Maga; apenas recuerdo cómo fue besarla o cuál era su olor, porque enseguida se marchó y yo le di las gracias. Ya no tendré que verla jamás, Maga, porque ni siquiera recuerdo su aspecto. Creo que era convencional, un tramo más de asfalto oscuro en la carretera de Ningún Lugar. Y por eso ahora no tengo miedo.
Después me fui a casa, Maga, todavía embriagado y dando tumbos. Me desnudé y caí sin fuerzas sobre la cama, con la tela fría en mis ojos como una mortaja de malos sueños. A la mañana siguiente desperté más temprano de lo habitual; enseguida sentí la punzada de la vergüenza en las manos, mi dolor característico en los días de resaca. Me levanté con la cabeza dando vueltas, y en el pasillo mis pies se enredaron con la alfombra. Entré al baño con la luz apagada y vomité toda mi culpa. Me saltaron las lágrimas contra mi voluntad, mi estómago se contrajo y las rodillas me flaquearon un momento. Me quedé quieto, de rodillas, como una estampa piadosa. Soy el mártir de los que no tienen nada de lo que quejarse. Soy la cabeza de un organismo podrido que se divierte en nadar entre mierda, que lo escupe hacia arriba y lo convierte en un estandarte de su propia miseria. Después, Maga, me levanté y me lavé la cara. Al final conseguí mirarme en el espejo, Maga, pero mi rostro no es ya ése que tú recuerdas. Mis ojos, Maga, mis ojos que lo eran todo se han hundido. Creo haberlos olvidado la otra noche; quizá se ahogaron en la playa, quién sabe si entre arena o sal. Sabes que el resto no me importa. Nariz, boca, pómulos, frente, cejas y demás accesorios siguen donde siempre; quizá la única diferencia son las arrugas, mitad ceniza y mitad desgana, que se hacen más profundas cuando frunzo el ceño. Mis ojeras se han vuelto intensas, más negras y amenazantes de lo que tú recuerdas. Pero sabes que lo único que me importa son mis ojos, y los he perdido. Al fin, qué victoria para aquellos rebeldes acartonados que me pagan las copas el fin de semana.
Maga, ayer por la noche vi demasiado claro, y demasiado lejos. Hubo un momento en el que apoyé el vaso sobre la barra, miré a mi alrededor y lo noté. Sabes a qué me refiero, ¿verdad? Claro que sí, tú estás hecha de madera y sangre, ves lo mismo que yo veo. Maga, yo no sé nada del ser humano, y me aproximo a él con mi cuaderno de notas como lo haría un científico estudiando un nuevo y fascinante insecto.
Maga, me he condenado a la deriva en cada bar, y escribir es lo que queda al final de la partida.
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